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(Día Internacional de la Libertad Religiosa)
A partir de la conquista cristiana, en 1119, por parte de Alfonso I el Batallador, la convivencia entre cristianos y judíos en el Reino de Navarra fue de mal en peor hasta 1498, cuando los judíos fueron expulsados del Reino de Navarra —relata el historiador navarro Jaime Aznar—. En ese momento, los Reyes Católicos, habiendo ya expulsado a los judíos de la Monarquía Hispánica, presionaron a otros reinos a que siguieran su ejemplo, y eso dio como resultado que Catalina I y Juan III de Navarra determinaran así mismo obligar a los judíos a tomar la decisión de convertirse y quedarse allí, o de marcharse.
«Muchos judíos optaron por quedarse, porque salir no era fácil. No tenían adónde ir, y viajar era entonces muy caro», explica el doctor Aznar. Desde el siglo nueve, Tudela había llegado a ser el territorio navarro con la población judía más numerosa. Pero desde el siglo dieciséis hasta el siglo diecinueve se expuso un lienzo en el que aparecían los nombres de los judíos acusados de ser falsos conversos a la religión cristiana, es decir, de los judíos que se habían convertido y que, para poder permanecer allí y evitar ser investigados por la Inquisición local, le habían pagado a la Corona de Navarra 650 ducados, hoy equivalentes a unos 150 mil dólares.
Para colmo de males, a fin de que la difamación fuera perdurable, se hizo una manta que era como un gran lienzo, exhibida de tal manera que todo el mundo pudiera verla, en la que se reproducían los nombres de los judíos acusados de practicar su religión a escondidas, señalándolos como culpables no sólo a ellos de por vida sino también a su descendencia. «Esto era particularmente grave —concluye el profesor Aznar— porque no podía permitirse en modo alguno que se dijera que un familiar suyo estaba en la manta, es decir, que era judaizante, o que tenía un origen judío, por el desprestigio social y naturalmente económico que eso podía conllevar».1
De tal manta, siendo la más famosa la exhibida durante siglos en la catedral de Santa María de Tudela, procede la expresión «tirar de la manta», que el Diccionario de la Real Academia define como «descubrir un caso escandaloso que otro u otros tenían interés en mantener secreto».2
Si bien se sobreentiende que aquellas víctimas de discriminación y persecución religiosa no debieron haberse sentido forzadas a ocultar nada de las prepotentes y farisaicas autoridades eclesiásticas de esos tiempos, quiera Dios que entendamos que, en nuestro caso en particular, hoy más que nunca debemos vivir conscientes de la enseñanza de San Pablo de que cada uno de nosotros es una carta conocida y leída por todos, y acatar la advertencia de Jesucristo de que «todo lo que esté escondido se descubrirá, y todo lo que se mantenga en secreto llegará a conocerse».3
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
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(Día Internacional de la Libertad Religiosa)
A partir de la conquista cristiana, en 1119, por parte de Alfonso I el Batallador, la convivencia entre cristianos y judíos en el Reino de Navarra fue de mal en peor hasta 1498, cuando los judíos fueron expulsados del Reino de Navarra —relata el historiador navarro Jaime Aznar—. En ese momento, los Reyes Católicos, habiendo ya expulsado a los judíos de la Monarquía Hispánica, presionaron a otros reinos a que siguieran su ejemplo, y eso dio como resultado que Catalina I y Juan III de Navarra determinaran así mismo obligar a los judíos a tomar la decisión de convertirse y quedarse allí, o de marcharse.
«Muchos judíos optaron por quedarse, porque salir no era fácil. No tenían adónde ir, y viajar era entonces muy caro», explica el doctor Aznar. Desde el siglo nueve, Tudela había llegado a ser el territorio navarro con la población judía más numerosa. Pero desde el siglo dieciséis hasta el siglo diecinueve se expuso un lienzo en el que aparecían los nombres de los judíos acusados de ser falsos conversos a la religión cristiana, es decir, de los judíos que se habían convertido y que, para poder permanecer allí y evitar ser investigados por la Inquisición local, le habían pagado a la Corona de Navarra 650 ducados, hoy equivalentes a unos 150 mil dólares.
Para colmo de males, a fin de que la difamación fuera perdurable, se hizo una manta que era como un gran lienzo, exhibida de tal manera que todo el mundo pudiera verla, en la que se reproducían los nombres de los judíos acusados de practicar su religión a escondidas, señalándolos como culpables no sólo a ellos de por vida sino también a su descendencia. «Esto era particularmente grave —concluye el profesor Aznar— porque no podía permitirse en modo alguno que se dijera que un familiar suyo estaba en la manta, es decir, que era judaizante, o que tenía un origen judío, por el desprestigio social y naturalmente económico que eso podía conllevar».1
De tal manta, siendo la más famosa la exhibida durante siglos en la catedral de Santa María de Tudela, procede la expresión «tirar de la manta», que el Diccionario de la Real Academia define como «descubrir un caso escandaloso que otro u otros tenían interés en mantener secreto».2
Si bien se sobreentiende que aquellas víctimas de discriminación y persecución religiosa no debieron haberse sentido forzadas a ocultar nada de las prepotentes y farisaicas autoridades eclesiásticas de esos tiempos, quiera Dios que entendamos que, en nuestro caso en particular, hoy más que nunca debemos vivir conscientes de la enseñanza de San Pablo de que cada uno de nosotros es una carta conocida y leída por todos, y acatar la advertencia de Jesucristo de que «todo lo que esté escondido se descubrirá, y todo lo que se mantenga en secreto llegará a conocerse».3
Carlos Rey
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