(110 Aniversario del Primer Tránsito Oficial del Canal de Panamá por el Vapor SS Ancón)
En 1906 Amelia Denis de Icaza, que vivía entonces en Nicaragua, visitó por última vez Panamá, sólo cinco años antes de su muerte, con el objeto de ver a su hija Julia y a sus dos hermanas, Matilde y Mercedes. Adolorida porque estaban vedados a sus compatriotas panameños los espacios de esparcimiento familiar de los que ella tanto había disfrutado durante su niñez por estar ahora ubicados dentro de los límites de la Zona del Canal, escribió una de sus más célebres composiciones: «Al Cerro Ancón». A este hermoso himno de amor a la patria se debe que en Panamá, a doña Amelia, la llamen «La Alondra del Ancón»:1
Ya no guardas las huellas de mis pasos,
ya no eres mío, idolatrado Ancón.
Que ya el destino desató los lazos
que en tus faldas formó mi corazón.
Cual centinela solitario y triste,
un árbol en tu cima conocí:
allí grabé mi nombre, ¿qué lo hiciste?,
¿por qué no eres el mismo para mí?
¿Qué has hecho de tu espléndida belleza,
de tu hermosura agreste que admiré?
¿Del manto que con recia gentileza
en tus faldas de libre contemplé?
¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente,
al pisarla un extraño, se secó?
Su cristalina, bienhechora fuente
en el abismo del no ser se hundió.
¿Qué has hecho de tus árboles y flores,
mudo atalaya del tranquilo mar?
¡Mis suspiros, mis ansias, mis dolores,
te llevarán las brisas al pasar!
Tras tu cima ocultábase el lucero
que mi frente de niña iluminó:
la lira que he pulsado, tú el primero
a mis vírgenes manos la entregó.
Tus pájaros me dieron sus canciones,
con sus notas dulcísimas canté,
y mis sueños de amor, mis ilusiones,
a tu brisa y tus árboles confié.
Más tarde, con mi lira enlutecida,
en mis pesares siempre te llamé;
buscaba en ti la fuente bendecida
que en mis años primeros encontré.
¡Cuántos años de incógnitos pesares,
mi espíritu buscaba más allá
a mi hermosa sultana de dos mares,
la reina de dos mundos, Panamá!
Soñaba yo con mi regreso un día,
de rodillas mi tierra saludar:
contarle mi nostalgia, mi agonía,
y a su sombra tranquila descansar.
Sé que no eres el mismo; quiero verte
y de lejos tu cima contemplar;
me queda el corazón para quererte,
ya que no puedo junto a ti llorar.
Centinela avanzado, por tu duelo
lleva mi lira un lazo de crespón;
tu ángel custodio remontose al cielo...
¡ya no eres mío, idolatrado Ancón!2
Gracias a Dios, cuando sentimos, como doña Amelia, profundo dolor por algo bueno que añoramos y que ya no está a nuestro alcance, podemos acudir a Él con la misma confianza que tuvo el salmista David de que cuando clamamos angustiados —ya sea en la mañana, en la noche o al mediodía—, Él nos escucha.3 Es que los que de veras somos suyos sabemos, por lo tanto, que Él es nuestro, y que nada ni nadie nos lo puede quitar, pues nos ha dicho: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré».4
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
1
Amelia Denis de Icaza, Hojas secas, «Rasgos biográficos» (León, Nicaragua: Talleres Gráficos Robelo, 1927) En línea 1 marzo 2024; Mónica Guardia, «Amelia Denis de Icaza, la primera poetisa nacional», Diario La Estrella de Panamá, 3 febrero 2019 En línea 1 marzo 2024.
2
Amelia Denis de Icaza, «Al Cerro Ancón», Hojas secas (León, Nicaragua: Talleres Gráficos Robelo, 1927), pp. 1-2 En línea 1 marzo 2024.
3
Sal 55:17
4
Heb 13:5