EN ESPERA DE UN SEGUNDO ADVIENTO
“He aquí vengo pronto…” (Ap 22:12)
La primera venida del Señor fue silenciosa, envuelta en pañales y recostada en un pesebre. La segunda no tendrá nada de silenciosa. Y gracias a Dios por ello. El mundo —con toda su fanfarronería secular— necesita un Rey que ponga las cosas en su sitio. Y la Iglesia —con toda su debilidad peregrina— anhela al Pastor que enjuga lágrimas, corrige al soberbio y afirma al humilde. El Adviento nos recuerda que Cristo vendrá otra vez. No “quizá”, no “si el mundo mejora”, no “si la humanidad está lista”. Vendrá porque lo prometió. Y cuando Él promete, cumple.
CRISTO VOLVERÁ COMO REY VICTORIOSO
“El Señor mismo… descenderá del cielo” (1 Ts 4:16). No es metáfora, ni poesía; es la certeza que sostiene a los santos. El Cordero que una vez fue desechado volverá como León. Su corona ya no será de espinas, sino de gloria. Los poderes que hoy se burlan de la verdad quedarán mudos ante su aparición. Como dijo Agustín, “el mismo Juez que fue juzgado volverá para juzgar”. Y sí, muchos tiemblan al pensar en ese día; los creyentes, en cambio, lo esperan como quien espera al ser amado que ha partido por un tiempo.
El segundo Adviento no es el “final del mundo” como lo pinta Hollywood, sino el inicio del mundo que Dios siempre prometió. Es la irrupción gloriosa del Rey que viene a terminar su obra. Y aunque el secularismo trate de convencernos de que la historia se mueve sin rumbo, la Iglesia sabe que la historia tiene dirección, propósito y destino: Cristo sumará todas las cosas en Él (Ef 1:10).
LA CREACIÓN SERÁ LIBERADA DE CORRUPCIÓN
Pablo nos recuerda que “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción” (Ro 8:21). Eso significa que la naturaleza —esa misma que gime bajo terremotos, enfermedades, maldad y muerte— será transformada. No habrá más cardos ni espinas, ni la sombra de la muerte rondando cada rincón del mundo creado. Por fin veremos lo que debía ser desde el principio: una creación que canta al Creador sin disonancias ni fracturas.
El humanismo secular sueña con “salvar el planeta”, pero no puede salvarse ni a sí mismo. Cristo, en cambio, no solo salvará a su pueblo: restaurará el escenario entero donde su pueblo vivirá. No es un “escape al cielo”, sino un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21:1). La redención no es un plan de rescate improvisado; es el plan eterno donde Dios recupera lo suyo, rehace lo roto y embellece lo que siempre fue bueno.
HABRÁ GOZO ETERNO Y ALIVIO EN CRISTO
Juan oye al Señor declarar: “He aquí, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21:5). No algunas, no la mayoría, sino todas. Y en ese todo estamos nosotros. El Adviento nos empuja a mirar más allá de nuestros cansancios, dolores, pérdidas y frustraciones. No porque debamos ignorarlos, sino porque Cristo los sanará definitivamente.
No habrá más duelo, ni clamor, ni dolor (Ap 21:4). La tristeza dejará de ser compañera de vida. El pecado dejará de sabotear nuestros mejores deseos. La muerte dejará de reírse de nosotros. Y el gozo no será un relámpago pasajero, sino un sol permanente.
La promesa es clara: estaremos “siempre con el Señor” (1 Ts 4:17). Esa es la dicha eterna. No la eternidad en abstracto, sino la eternidad con Él. Ningún filósofo antiguo ni moderno ha logrado construir una esperanza más sólida. Ningún sistema secular ha podido ofrecer una alegría que no se desvanezca. Cristo sí. Él no da placebos emocionales, da vida verdadera.
Y así, mientras esperamos, vivimos EN CRISTO - no con ansiedad desordenada, sino con la expectación de quienes conocen el final de la historia. Somos como peregrinos que oyen, desde lejos, la voz del Maestro diciendo: “He aquí vengo pronto…”. Y nosotros respondemos: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap 22:20).