29 de diciembre del año de nuestro señor de 1386.
Una silenciosa multitud asiste al gran espacio preparado en el Monasterio de Saint Martin des Champs, en París, para contemplar como dos caballeros se batirán en un duelo a muerte. El campo de batalla es rectangular y cercado por una alta empalizada de madera custodiado por guardias armados con lanzas. El joven rey de Francia Carlos VI, el Bien Amado, de 18 años de edad, esta sentado rodeado por su corte en unas coloridas gradas en un lado del rectángulo, mientras que una multitud de espectadores se apiñan alrededor del resto del campo.
Los dos combatientes, pertrechados con armadura completa y espada y daga al cinto, esperan sentados en 2 sillas en extremos opuestos del campo, justo alado de sendas grandes puertas que dan entrada al recinto del combate en la que flagelaban al viento sus estandartes, en un lado, un campo carmesí sembrado con flores de lis plateadas, en el otro un campo plateado cruzado por una raya carmesí . Junto a ellas, los respectivos escuderos sostienen las riendas de un caballo de batalla, mientras los sacerdotes retiran rápidamente del recinto el altar y el crucifijo en el que ante los dos enemigos acaban de pronunciar sus juramentos, tras el largo y complejo ceremonial civil y religioso.
Cuando el aguacil de la señal, ambos caballeros montaran en sus respectivos caballos, pondrán sus lanzas en ristre y cargaran a través de la liza. Los Guardias cerraran las puertas tras ellos, encerrando a los dos hombres dentro de la gruesa empalizada. Allí lucharan sin cuartel, y sin ninguna posibilidad de huir, hasta que uno mate al otro, lo que probara que aquel llevara razón en su disputa y revelaría el pronunciamiento de Dios sobre la querella.
La silenciosa pero excitada multitud no solo se deleita con el espectáculo de los dos fieros guerreros y del joven rey rodeado por su espléndida corte, sino también con la contemplación de la bella joven sentada sola en un cadalso forrado de negro junto al campo de batalla, de luto de la cabeza a los pies y también rodeada de guardias
Con los ojos de la multitud clavados en ella, la dama se prepara para el calvario que le espera con la vista fija en el recinto despejado y llano en el que pronto se escribirá con sangre cual habrá de ser su destino.
Si su Campeón, y Marido, gana el juicio y mata a su oponente, ella quedaría libre; pero, si era él quien moría, seria ejecutada por haber jurado en falso.
Es el día de la festividad de Santo Tomas Becker y la muchedumbre estaba de un humor festivo, y ella lo sabia perfectamente, muchos no solo querían disfrutar del espectáculo de la muerte de un hombre en combate, sino también el ajusticiamiento de una mujer.
Las campanas de París tocan la hora, el aguacil del rey sale y levanta la mano para pedir silencio bajo pena de muerte. El juicio por combate esta a punto de empezar.
La causa del juicio era escandalosa, el caballero Jean de Carrouges acusaba al escudero Jacques Le Gris de haber violado a su mujer Marguerite de Thibouville/Carrouges. Este era el final de un largo y complejo juicio que había sacudido Francia.