Discurso en español: Subir montañas, bajar el estrés
Queridos amigos:
Hoy me gustaría compartir con ustedes una experiencia profundamente significativa en mi vida: salir a la montaña. Para muchos, subir una montaña puede parecer simplemente una actividad física, una forma de ejercicio. Pero para mí, es un viaje interior, una terapia natural, una oportunidad para reencontrarme conmigo misma.
Recuerdo claramente la primera vez que decidí hacer senderismo. Fue un domingo por la mañana, después de una semana especialmente agotadora en el trabajo. Mi mente estaba saturada, mis emociones revueltas, y sentía que necesitaba escapar de la rutina. Sin pensarlo mucho, agarré una mochila, un poco de agua, una chaqueta ligera y salí en dirección a una montaña cercana.
A medida que subía, mi respiración se aceleraba, mis piernas ardían, pero algo en mí también se iba liberando. Con cada paso que daba, sentía que dejaba atrás una preocupación. Con cada gota de sudor, se iba una ansiedad. El sendero no era fácil: había tramos empinados, piedras sueltas, y hasta algún que otro resbalón. Pero el esfuerzo físico me ayudó a enfocarme en el momento presente. Nada más importaba que el siguiente paso, la siguiente curva, la siguiente bocanada de aire fresco.
Cuando finalmente llegué a la cima, la vista me dejó sin aliento. A mis pies, se extendía el mundo: campos verdes, casas diminutas, un río serpenteando entre los árboles. Me senté en una roca, cerré los ojos y respiré profundamente. En ese instante, sentí una paz que hacía mucho tiempo no experimentaba.
Desde entonces, he hecho muchas caminatas más. Algunas en solitario, otras con amigos o en familia. A veces largas, de varias horas, otras cortas pero igual de significativas. Y en cada una de ellas he aprendido algo nuevo: sobre la naturaleza, sobre mi cuerpo, y sobre mi espíritu.
La montaña me ha enseñado a ser paciente, a respetar mis límites, pero también a superar mis miedos. Me ha recordado que la cima solo se alcanza paso a paso, sin prisa pero sin pausa. Que lo importante no es solo llegar, sino también disfrutar del camino, escuchar el canto de los pájaros, observar el color de las hojas, sentir el viento en la cara.
Además, me ha ayudado a reconectarme con mi hija. En nuestras caminatas compartidas, lejos de las pantallas y el ruido, hemos tenido conversaciones profundas, risas espontáneas, silencios cómodos. Momentos que, sinceramente, no cambiaría por nada.
Queridos oyentes, en un mundo lleno de ruido, prisas y pantallas, subir una montaña es un acto de silencio, de pausa, de reencuentro. No hace falta ser un atleta ni tener un equipo sofisticado. Solo hace falta el deseo de salir, de moverse, de respirar.
Así que los animo: busquen una montaña, una colina, un sendero. Pónganse calzado cómodo, dejen el móvil en modo avión, y caminen. Porque a veces, para encontrar claridad, hay que subir muy alto y mirar desde otra perspectiva.
Muchas gracias.