Alto Desempeño

En este escenario de pandemia, donde las relaciones laborales han subrido modificaciones importantísimas, te recomiendo una lita de autores que convene leer para recalibrar nuestra visión en torno a la gestión del talento enla actualidad.
Theodore William Schultz, Idalberto Chiavenato, Pilar Jericó, Pilas Llácer y Patrick Lencioni,

El paradigma de la productividad cruel -y actual- está en los resultados. Todas las vacantes que se publican, por cualquiera de los medios que se presenten, tendrán dentro de la descripción de características de los futuros contratables una manzana envenenada: orientado a resultados. Parece normal en estas épocas de alta rotación. ¿Es válido?

Estamos saturados. Nos sentimos abrumados. El día no rinde porque, después de hacer lo que siempre hacemos, no queda tiempo para nada más. Y nos sentimos en un bucle que nos transporta, día con día a la frustración autocumplida porque – nos decimos a nosotros mismos- quisiéramos ser más, hacer más, pero no podemos.

Todos compartimos un sentimiento de derrota, en mayor o menor medida. Ya sea por una graduación cancelada, un trabajo perdido, una relación personal rota o la pérdida de un ser querido. Al fracaso puede suceder un sentimiento de profunda frustración. Tristeza, melancolía, depresión, baja autoestima. Si de por sí es complicado superar las limitaciones naturales de una vida promedio, no hay que imaginarse el añadido de perder en tiempos de crisis.

Es un año para sentirse pesimista, al mismo tiempo que es un año para soñar. Cuando estamos en medio de la tormenta más agresiva posible, soñamos con la aparición del Mesías. Al mirar las paredes malolientes y amenazantes de nuestra barraca, soñamos con descansar en una playa paradisiaca o con abrazar en el entorno seguro de nuestro hogar a nuestros seres queridos. Le funcionó a Víctor Frankl. También a Nelson Mandela. ¿Por qué a nosotros no?

Responsabilizarnos de nosotros mismos, supera el hacernos responsables de nuestros actos: implica la responsabilidad emocional. Asumir nuestras emociones, sin desbordamientos innecesarios. Pero tampoco sumidos en el ocultamiento o la negación. Una cosa es que tú sientas o no emociones; algo muy diferente a la represión o la sobre exposición. Solo cuando aceptamos sentir lo que debemos de sentir, podemos salir adelante en el día.

¿Quién no ha soltado una lágrima, o esbozado una sonrisa al compás de las composiciones de Ennio? Quizás para el ciudadano común su nombre no suene mucho. Para los principiantes o intermedios aficionados al cine, su mención ya es una referencia ineludible a música hermosa. A La misión, Cinema Paradiso, Erase una vez en América o Malena. Los ocho más odiados, de la mano de Tarantino, fue casi su obra póstuma.

¿Cómo culpar a la mayoría de las personas, en estos tiempos calamitosos? Violencia de género, racismo y clasismo, crisis económica, índices de empleo desastrosos, terremotos, y la peor pandemia mundial en más de un siglo. El tiempo que vivimos es una clara invitación a evocar momentos mejores: pasados o futuros.

¿De dónde viene la envidia? Hay quien dice que el deporte nacional de nuestro México actual es la envidia. Por eso tenemos, a lo largo de los años, proporciones similares de ricos y pobres. De triunfadores y fracasados. De soberbios y envidiosos. Y un gobierno dispuesto, más que nunca, a cumplir con la equivocada premisa de castigar al triunfador para subsidiar al pobre, sin necesariamente sacarlo de su pobreza. Alguna vez Fernando Savater dijo de los mexicanos: no tienen el gobierno que se merecen; pero sí tienen el gobierno que se permiten. ¿Es así con nuestro autoconcepto y mentalidad?

Es claro que si queremos obtener un trabajo, lo lógico debe de ser ocultar nuestros errores. Si pensamos en vender un producto, lo normal es disimular sus imperfecciones. En cuanto a la prestación de un servicio, habrá que prestarlo sin defectos. Ahora bien, si somos realmente dolosos y malintencionados, preferimos que la bomba estalle en otras manos.