Por Alfredo Serra : Casi de memoria recuerdo el final del cuento, leído en 1975 y en una edición barata de Orión. Un caballo ciego queda atrapado en un salitral, y allí muere. La sal come hasta el último gramo de carne: el caballo queda en huesos, como una pieza de museo pulida y catalogada. La visión de muerte dicta reflexiones amargas. Pero llega el toque maestro: "No importa, porque la madre ha encontrado nido hecho donde alumbrar sus huevos. Como una mano combada, para recibir el agua o la semilla, la cabeza invertida del caballito ciego acoge en el fondo a la dulcísima ave. Después, cuando se abran los huevos, será una caja de trinos". (De Caballo en el Salitral, Antonio Di Benedetto.) Una perfecta metáfora de muerte y transfiguración. De eternidad ante la corrupción de los cuerpos…Y de él, de ese hombre de luz y sombras, de esa pluma tan brillante como –por desdicha– demasiado olvidada, de ese escritor y periodista y profesor de tal oficio "que corregía línea por línea, con tinta roja, y agregaba consejos al margen sobre cómo mejorar", recuerdan todavía sus alumnos con la gratitud del mármol hacia el escultor, se hablará en esta evocación.
Se ha dicho de él, en las muchas redacciones que rigió –entre ellas, los diarios Los Andes y El Andino–, que "era altanero". Pero más justo sería recurrir a su antónimo: "humilde". Porque según colegas capaces de hilar más fino, "esa actitud arrogante era su modo de defenderse. Le tenía horror a la gente, y por eso la miraba desde arriba, desde sus gruesos lentes, su bigote, su barba, con algo de tótem".
En 1956, a sus 34 años, publica su indiscutida obra maestra:
Zama. La historia de Diego de Zama, un funcionario español enviado a colonias en los últimos años del siglo XVIII. Espera un mejor destino en Lima, Santiago de Chile, o la capital del Virreinato del Río de la Plata…, pero queda varado en Asunción del Paraguay a la espera –en vano– del nombramiento definitivo. Pasan así diez años. Zama, derrotado, comprende lo ilusorio de toda esperanza…
Entre ese año y 1957 –simetría de puntualidad solar–, Gabriel García Márquez termina su segunda novela: El coronel no tiene quien le escriba. La historia de un militar que, como Diego de Zama, también espera. En este caso, y durante quince demoledores años, la carta en la que el gobierno le reconoce sus servicios a la patria…
Es imposible no hallar similitud, en clave latinoamericana y selvática, en la obra del gran maestro de las postergaciones y las muertes arbitrarias y absurdas: Franz Kafka, el genio de El Castillo, El Proceso, La Metamorfosis. Porque, ¿qué escritor de talla puede escapar de ese influjo, aunque intente eludirlo?
Datos mínimos para una ficha biográfica: Antonio Di Benedetto nació en Mendoza el 2 de noviembre de 1922. Murió el 10 de octubre de 1986, a sus 63 años, en Buenos Aires (muerte que merecerá ser explicada en un cruel, sombrío contexto)