El pueblo de Chile necesitaba tener control sobre sus riquezas naturales. No podía ser que unos pocos se enriquecieran con lo que les pertenecía a todas y todos. Se necesitaba un estado robusto, capaz de levantar empresas, cosa que, aunque ustedes no lo crean, entonces tenía prohibido, necesitaba hacerse fuerte para explotar el litio, el cobre y el agua de modo racional, sustentable, con criterio de bien común. Y no era cierto que el Estado no supiera llevar empresas, si fue el Estado de Chile el que construyó las hidroeléctricas, las redes de telecomunicaciones, las carreteras y túneles, los tendidos eléctricos y las líneas férreas; armaron automóviles, produjeron lavadoras, televisores y radios, laboratorios farmacológicos y tantas otras cosas. Solo un estado robusto, moderno, ágil y emprendedor podría planear estrategias de largo alcance centradas no en el bien de las empresas, sino en el de las personas y de paso, protegernos de los abusos de los poderosos. Fue uno de los puntos que más se peleó en la constituyente. Cuando estuvo en riesgo su aprobación, la gente salió a las calles de nuevo, y en las plazas, en las redes sociales y en todos lados, defendieron el punto y lo ganaron. La Nueva Constitución le dio esas nuevas atribuciones al Estado. Así, hicieron historia.