¿Qué sale en Guarenas? ¿Fantasmas o espantos? ¡Aquí lo que sale es espanto!
En la Guarenas de antaño, cuando la luz eléctrica aún no había llegado, las sombras eran más densas y los silencios, más largos. No se hablaba de fantasmas, sino de espantos. Y no se celebraba la noche de brujas, porque cualquier noche podíaserlo.
El 28 de octubre, en todas las casas de Guarenas, se encendía una vela, pero no por disfraces, ni dulces, sino por algo más antiguo. Si esa llama no ardía, el silencio se volvería extraño. Las paredes crujirían sin viento, y por las rendijas se colarían susurros que no venían de los vivos. Conciliar el sueñosería imposible, porque algo reclamaría lo que le fue prometido. Aquella vela no era ofrenda decorativa, sino un pacto con las ánimas del purgatorio que aún esperan su descanso.
Las casonas de la Llanada, con sus patios profundos, guardaban secretos entre sombras. En ciertas noches, cuando el aire dejaba de soplar, aparecían ellas. No hacían ruido, no tocaban puertas, solo flotaban entre las ramas, luces doradas y brillantes. Los viejos del pueblo sabían que cuando esas presencias danzaban sobre la tierra, era porque algo debajo aún no descansaba. Y más de una vez, al remover la tierra donde ellas brillaban, se encontraron huesos sin nombre, esperando su paz.
No era necesario que llegara octubre. Bastaba con que la noche fuera espesa y que el tejado crujiera bajo un peso inesperado. Allí estaba, inmóvil, vigilante, con las alas recogidas, esperando el momento justo para entrar. Lasseñoras de la casa no se dejaban engañar, sabían que aquello, aunque tuviera plumas, no era un ave. Sin pronunciar su nombre, comenzaban a rezar, porque ese zamuro era en realidad una bruja que venía a fisgonear.
En el Naranjal, cuando la noche se cerraba sin estrellas, algo comenzaba a recorrer los caminos. No hablaba, solo caminaba con una lentitud que helaba la sangre. Su silueta se alzaba más alta que la de cualquier hombre, y al tocar la tierra, no dejaba huellas, sino profundas marcas, porque no tenía pies, sino pesuñas.
En 1918, cuando la gripe española cruzó el umbral de Guarenas, no solo trajo fiebre y duelo, también dejó un miedo que no se extinguió con la pandemia. En el Pueblo Arriba, los guareneros vieron pasar carretas repletas de cuerpos queya no preguntaban ni respondían, rumbo al cementerio del Calvario. Pero fue tiempo después, en las noches más quietas, cuando el horror regresó. Muchos escucharon el crujir de ruedas y el arrastre de cadenas bajando desde el Calvario por la calle Bolívar. Una carreta que no era de este mundo, cargada de cuerpos sin aliento. Y al frente, no iba un cochero, sino el descabezado. Quienes se atrevieron a mirar por el postigo, jamás volvieron a dormir igual.
En ciertas noches, cuando el silencio parecía absoluto, un lamento se deslizaba entre las paredes de Guarenas, un llanto antiguo, quebrado, que no pedía consuelo, sino atención. Las mujeres del pueblo cerraban las ventanas, apagaban las lámparas de kerosén y se aferraban al rosario, no por costumbre, sino por urgencia, orando por el descanso de tan atormentada alma en pena. Porque sabían que ese llanto no venía de este mundo. Era el eco de la Llorona, una madre buscando lo que perdió.
Pero a veces, el lamento era solo un señuelo, porque en lugar de la madre que buscaba a sus hijos, era otra figura la que rondaba. No había rosario que pudiera salvarte, porque esa mujer no lloraba, ella seducía. Con su belleza imposible y su mirada de sombra, conquistaba al hombre que hubiese faltado a su palabra. Y cuando lo tenía cerca, ya no había escapatoria. El abrazo de la Sayona sería lo último que él recibiría.
Hoy, muchos celebran Halloween como si fuera una costumbre propia, pero Guarenas ya tenía sus noches de espanto, sin disfraces y sin calabazas, porque aquí “de quevuelan, vuelan”.