El psicópata no lleva máscara, lleva una sonrisa. Su encanto es su mejor disfraz y su frialdad, su escudo impenetrable. Es meticuloso, carismático, a veces incluso seductor. No siente culpa, no experimenta remordimiento. Juega con la empatía ajena como un niño con un insecto, midiendo reacciones, manipulando emociones.
Donde otros sienten compasión, él solo ve oportunidad. Calculador, distante emocionalmente, pero experto en imitar afectos. El psicópata no busca amor, busca poder. No lastima por impulso, sino por estrategia.
En la sociedad moderna puede ser empresario, político, vecino o pareja. Y lo más inquietante: muchas veces no lo notas... hasta que ya es demasiado tarde.