El homicidio cometido en domicilio del barrio de Santiago el Mayor, en Murcia, parecía lo que se conoce como asesinato ritual. Sangre esparcida por toda la casa, tres cadáveres mutilados, uno de ellos en la bañera, y la cabeza de otro en una bolsa de plástico. Todas las miradas se centraron en el hijo mayor. Había desaparecido misteriosamente y pasó a convertirse en el principal sospechoso.

Solo tenía 19 cuando urdió en su mente un plan maléfico: acabar con la única familia que tenía en España. Sus tíos Janaína y Marcos lo habían acogido en su casa tras llegar de Portugal, donde se había refugiado tras dejar su Brasil natal por apuñalar a un profesor del instituto. Pero la convivencia acabó por complicarse y el chico se fue a un piso compartido. No le gustó. Días más tarde, Patrick Nogueira Gouvela rajó el cuello a su tía y a sus dos primos, de uno y seis años y, horas después y sin abandonar el chalet de Pioz donde cometió los primeros crímenes, esperó a su tío Marcos y lo acuchilló.

A pesar de la autoinculpación de Rafael Escobedo Alday como autor de los disparos que acabaron con la vida de los marqueses de Urquijo, en ningún momento se frenaron las especulaciones sobre quienes fueron sus posibles cómplices y cuáles los motivos reales del asesinato. Se extraviaron pruebas, se fugaron inculpados y se publicaron exclusivas de dudosa credibilidad, en un espectáculo que acabó en tragedia. Rafi terminó sus días colgándose en su celda.

Los marqueses de Urquijo fueron asesinados en verano de 1980 sin causa aparente por alguien que usó una pistola con silenciador y conocía perfectamente la casa y las costumbres de los nobles. El caso levantó un revuelo mediático extraordinario.

Joan Vila se declaró asesino confeso de once ancianos que estaban a su cuidado, e intentó, desde su detención en 2010, presentarse como alguien que actuaba por compasión, como si fuera un ángel de la muerte. La Audiencia de Girona le condenó a 127 años y seis meses de prisión.

Josep Marimón Carles era un joven querido en la pequeña comunidad de la Pobla de Ferran (Tarragona) hasta que contrajo el mal de Pott, una tuberculosis vertebral que lo atrofió irreversiblemente. En su desesperación, y siguiendo los consejos de una curandera, creyó que era víctima de un hechizo y quiso romperlo matando todos los niños del pueblo. Se convirtió en el mayor asesino en masa de la historia de España (sin contar las masacres terroristas), llevándose por delante a quien encontró en su camino, usando un hacha y una escopeta.

Dionisio Rodríguez Martín, Dioni, estaba realizando el sueño de vivir como un multimillonario en Río de Janeiro, gracias a la fortuna robada, cuando un comando policial irrumpió en su residencia de lujo. Pensaban, por su modo de manejarse, que era un delincuente internacional, alguien ligado al narcotráfico, sin embargo los recortes de diario llegados desde España dejados sobre la mesa lo delataron como el vigilante de seguridad que se había llevado el furgón blindado.

Dionisio Rodríguez Martín, más conocido como El Dioni, se enfadó con la empresa de seguridad donde trabajaba y decidió llevarse el dinero del furgón blindado en el que prestaba servicio. Quiso probar y probó la vida de rico durante un tiempo. Así, fue la envidia inconfesable de muchos españoles de 1989.

Los vecinos de Puerto Hurraco tratan de aliviar los rigores del verano saliendo por la noche a los portales, a tomar la fresca. Acaba el agosto de 1990. No hay escuela y los niños invaden con sus juegos calles y plazas. Todo transcurre en un ambiente desenfadado y estival, pero en la oscuridad de un callejón brillan las bocas de los cañones de dos escopetas. Dos antiguos vecinos, los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo, llegan armados hasta los dientes cobijados por la oscuridad diciendo que vienen a matar tórtolas pero sus intenciones son criminales: vengar la muerte de su madre.