Feijóo ha estado en un foro de empresarios catalanes en Barcelona, como siempre, pero las palabras que pronunció esta vez fueron asombrosas. ¿Cómo puede decir que respeta a Puigdemont, cuando no solamente es un fuera de la ley sino el líder de una ideología infamante? Es el líder de la oposición, sin el incentivo para gobernar que sí tiene Sánchez, el que ha practicado el blanqueo más eficaz de los delincuentes nacionalistas.

Le gusta, como decía Kapuscinski antes de convertirse en un buen hombre, fijarse en las esquinas cuando se apagan los focos, y así habló de los policías que defendieron la democracia el 1 de octubre de 2017. No cabe metáfora mayor del putrefacto estado moral de la política española que la prohibición de sus superiores civiles de recoger el premio de la Asociación por la Tolerancia.

También comentó los tuits con el que el periodista Manuel Ansede quiso explicar el bulo de los 300.000 bebés, en los que solo salen noticias de El País para dejar claro que ellos nunca lo creyeron. Hombre, hombre. ¡Quién, si no, dio más alas a los “bebés robados del franquismo” que el prevaricador en jefe Garzón y su periódico!

Hablando de bebés, insistió en la necesidad de ver las imágenes de los decapitados en Israel, lo que casi hizo violar a Santos su contrato. El modo de matar de los terroristas, llevando la muerte a extremos incompatibles con el ser humano, impone ver las pruebas, sostiene. Un modo de matar al parecer influenciado por la droga, algo que prefieren ignorar los bienintencionados.

Tuvo palabras para Camps, ahora que la última de las nueve causas –todas sobreseídas–ha quedado vista para sentencia, y para Manolo Vázquez Montalbán, veinte años después de su muerte: Los pájaros de Bangkok resiste la osadía de la relectura.

Y fue así que Espada yiró.

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