Share El ladrón de postales
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By Matias Kraber
The podcast currently has 26 episodes available.
Llegamos al último capítulo de la temporada intermedia. En la infancia, en la que sucedieron tantas cosas, me regalaron un kit para hacer comics de Batman. Sí poder colorear con globitos de historieta y todo a los protagonistas de ciudad gótica de la tira DC Comics. En un principio pensé si se habían equivocado porque siempre fui un queso para pintar, pero después mi madre me convenció que era para contar historias. Yo ya había contado alguna de niño. Había algo ahí latente y había algo que se despertaría para siempre: la buena manía de inventar historias. Entonces me puse manos a la obra e inventé dos zagas de Batman con mi propio lápiz y lápices de colores en hojas de plástica dobladas y abrochadas que me posibilitaron mis ingresos para las tardes de fichines: uno de mis placeres más obsesivos de la niñez. Entonces nació un invento tempranero de la ficción, una metáfora del vendedor de ilusiones y un ADN de un auténtico ladrón de postales.
El año que salió el disco Alta Suciedad de Andrés Calamaro con el hit instantáneo de Flaca era 1997 y yo empezaba a convertirme en un cazador de canciones: un grabador de Casete con una antena más un alambre San Martín para enganchar mejor la FM de Buenos Aires y poder tener en cinta lo mejor de la música del momento. En el mismo momento que nace Flaca con el álbum solista de Calamaro que la sacó del estadio, me tocó debutar en la radio con mi primer programa. Un viaje a ese 1997 alrededor de "Flaca, no me claves, tus puñales...".
Cuando descubrí la peli Volver al Futuro hubo un antes y un después en mi vida. Un momento bisagra que me cambió la infancia al ras como cuando cortas una manzana al medio. Mi bici "La Charly", una camisa que me trajo mi padrino -que guardaba alguna similutud estética con el Doc- desde Minnesotta, EE.UU, y mi intento de viajar en el tiempo en el momento menos oportuno para hacerlo: la fiesta de la tradición de un año en el que tenía 8 y un delirio fomentado por el muchacho de la patineta y el roncarol: Marty Mc Fly.
Lazambik es una palabra que fabriqué cuando tenía 7 años y se trató de un club imaginario en el que fui llenando listas de jugadores desde aquel año a la actualidad: 1993-2021. La herencia de organizador de equipos que deriva en la infancia desde mis viejos: mi viejo DT y mi vieja Profesora de Educación Física. En mi casa pilones de juegos de camisetas y planillas para comenzar a organizar desde temprano mis torneos y mi propio equipo de casacas rojas. Además el culto de una filosofía de la caza y la pesca pero derivada al arte de la pelota.
Me acuerdo es una prosa poética que captura instantes. Momentos atados a la felicidad, a la alegría del instante, el me acuerdo que viaja por esas postales desde un porro en el mondongo con un amigo mientras los perros nos ladran, algunos goles, algunas citas, algún viaje a la infancia en la que me acuerdo que me perdí en el bosque y no recuerdo sí volví.
De la actitud detectivezca de libros continúa este capítulo en el que me meto en una librería de La Plata, me acuclillo y pesco de costa con línea de fondo a un poeta argentino que dispara esa frase "Dicen que hay oro al fondo del deseo". Se trata de Jorge Boccanera. Un hallazgo en este verbo vital que es buscar. "Arder" es el poema que recito en el final de su autoría y la canción "Funeral" del cantautor platense Pablo Matías Vidal pone el telón al capítulo.
La parábola de ser detective de rarezas en la infancia temprana alvearense cuando me regalaron un juguete que prendió la actitud de buscador de casos ocultos pero una situación de aburrimiento nos llevó al vandalismo junto con un amigo, con quién, a partir de un milagro aprendimos algo. Después ser detective siempre está como una actitud pero de los libros sobre todo a partir de uno, de un título, de un autor ineludible: Roberto Bolaño y sus Detectives Salvajes.
Es un viaje introspectivo para cada uno. Un texto en off de estimulación creativa. Abrir el cauce de experiencias acerca de la pasión: la vocación propia que también se mezcla con el oficio cotidiano. La joya del adentro fue un pedido, un escrito por encargue de mi amiga cordobesa Tati Ferreyra quien me propuso hablarles a un auditorio de docentes en el marco de una actividad de formación para abordar la pasión y la vocación: ese fuego que toca mantener prendido para no sulfatarse en lo gris de la existencia.
Un texto que se propone una analogía: el mesero/a que en su función en un restaurante o bodegón se convierte en ese marcador de punta que es salida para salir jugando con Grisín, pan y manteca o el que llega rápido a la defensa para cerrar las comandas de la cocina. Es nuestro aliado para el juego que tiene despliegue. Hay que saberlo entender. Oda y reconocimiento a ese oficio que en sus buenos modales extingue como el tatú mulita o un buen 3 o 4 que no es un pomelo.
La esquina como postal del infinito: ese lugar simbólico que son muchísimos en los que cruzamos un umbral del misterio y en el que ocurren encuentros fortuitos o amenazas de peligros inminentes. La esquina como exploración de distintos paisajes urbanos que recorren la infancia a los viajes mientras el repentismo de una conversación nos hace abrir las fronteras de las historias.
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