En el supermercado, tras pedir un kilo de naranjas, una señora le recriminó haberlo hecho sin gracia. En la consulta, mientras era sometido a un tacto rectal, el urólogo le suplicó que realizara imitaciones. Es el peaje a pagar por encarnar la historia reciente de nuestra risa. A José Mota le reclaman chistes cada vez que se asoma. Y él, armado de la compasión del comediante, los regala. Porque un chiste, dice esta tarde desde la azotea de su casa, hace un poquito mejor el mundo.
El público más exigente es su hija Valeria, de cuatro años, a la que no le valen los personajes clásicos. Quiere asistir a un estreno cada noche. Su padre narra… y ella reescribe. “Así, no, papá. Es mejor así…“. Cuando pasa el examen, Mota se refugia en el cine en blanco y negro. En los clásicos.