La desobediencia de nuestros primeros padres tuvo que ser reparada de la manera más atroz: ¡con la muerte del Hijo de Dios en la cruz! “En efecto, así como por la desobediencia de un hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán constituidos justos” (Rom 5,19). Así, Cristo “se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2,8).
¡Cuán terribles son las consecuencias de la desobediencia! Convirtió bellos ángeles en demonios, expulsó a Adán y Eva del jardín más bello y “obligó” al Hijo de Dios a morir en la cruz para reparar por ella.