Tuvo que poner al día a Santos, vergonzosamente aún en la playa, de los acontecimientos ocurridos desde las elecciones generales. El más sorprendente, que el Rey haya encargado la investidura con tanta premura a Feijóo. En un comunicado, la Corona alude a la costumbre. Efectivamente, era costumbre que el partido más votado se presentara a la investidura, pero ha pasado algo desacostumbrado: que el segundo partido en votos anuncie como un hecho que sí tiene los apoyos necesarios para gobernar. Lo que la Casa Real debió hacer es dar un margen mayor de tiempo para seguir las negociaciones, y preservar así ese instante institucional sensible que es la investidura.

En su lugar, quizá urgido por ese mandato, hemos asistido a cosas desmoralizantes, como la posibilidad de que el Pp abra un diálogo con Junts. De ese envilecimiento Sánchez al menos puede obtener el poder; el ya líder de la oposición, solo el descrédito.

Largas semanas quedan hasta el debate, con Feijóo cociéndose en su propio jugo perdedor, pero –la noche es más oscura antes del amanecer, etcétera– ese día podrá poner en el centro del discurso político la igualdad de los españoles y, solo entonces, tener la oportunidad de ser presidente del Gobierno.

Se comentó la polémica en Auschwitz por tener a sus puertas un carrito de helado y se recordó aquel cartel en una agencia de viajes que retrataba la puesta de sol sobre el campo de exterminio. Es difícil determinar hasta qué punto es lícito o no determinados comportamientos, cuando la mejor manera de conocer Auschwitz es en Auschwitz mismo y, en cualquier caso, el único registro corporal irreprochable en ese recinto sería el silencio y bajar la cabeza.

Y fue así que Espada yiró.

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