La idolatría no es simplemente adorar imágenes o falsos dioses, sino cualquier desviación del corazón que coloca el poder, placer, dinero, aprobación, reputación o incluso la religión misma, en el lugar que solo Dios debe ocupar. La idolatría es una corrupción interna que nace del deseo de autonomía frente a la soberanía divina y la suficiencia de Cristo. Por eso, como hijos de Dios, debemos examinar constantemente nuestro corazón a la luz de la Palabra, pidiendo que Dios, por su gracia, quite todo ídolo que compita con su gloria, y nos transforme cada día más a la imagen de su Hijo.