Hablamos del gran John Stuart Mill, el hombre que trata de enderezar el sendero de la teoría económica del siglo XIX.
Stuart Mill carga con la alta responsabilidad de corregir el camino torcido que el ricardismo había trazado. Para Mill, el trabajo estaba en los detalles y no en la médula central de la teoría económica imperante. Desde su perspectiva, los errores cometidos en la ciencia se debían al extensivo uso de variables explicativas estrictamente económicas, circunscribiendo las posibilidades del análisis a lo únicamente económico; de esta forma, el mercado, los tejidos humanos y los hombres no eran examinados socialmente. Mill pensaba que la introducción de variables sociales era todo lo que se necesitaba para salvar la decadente disciplina.
La distribución siguió siendo un tema de singular importancia para los seguidores de Ricardo. Aunque Ricardo estipulaba un conjunto de realidades teóricas inalterables que determinaban la distribución de los beneficios entre capitalistas y terratenientes, Mill discrepa y nos dice que la distribución de los beneficios es un problema que puede solucionarse con mera voluntad política. Es decir, Mill creía en que existían relaciones que determinaban la producción de bienes, pero no su distribución. La distribución obedecía a un orden preestablecido que podía ser alterado. De esta forma, Mill le abre un espacio a la política.
Basados en lo anterior podemos afirmar que Mill no entendía el estado estacionario ricardiano como un inevitable fin del capitalismo industrial, pues alterando las coordenadas que determinan la distribución es posible equilibrar el reparto de beneficios entre capitalistas y terratenientes. Sin embargo, el estado estacionario no era del todo malo, pues Mill creía que era una preciosa oportunidad para humanizar el capitalismo.