Hace unos años se puso de moda Henry David Thoreau (1817-1862) por el auge de la desobediencia hacia el sistema, como resultado de la desafección y la frustración hacia la clase política. El escritor parecía encajar, además, porque su obra “Walden, la vida en los bosques” (1854) se presentaba como un alegato ecologista, en la que sostenía que el hombre debía volver a la naturaleza y escapar de la industrialización y el capitalismo. Además, Thoreau fue un abolicionista, lo que permitía tenerlo como referente argumental en los enfrentamientos raciales que han sacudido Estados Unidos en la última década. Este impulso hizo que incluso se publicaran sus voluminosos diarios, que comenzó con veinte años.
Lo más interesante de Thoreau, no obstante, es la justificación de la desobediencia y el apunte sobre cómo debe hacerse en “Ensayo sobre la resistencia al gobierno civil” (1849), también conocido como “Desobediencia civil”. No da más que unas pinceladas sobre la forma de protestar, pero se suele escribir que fue el modelo de la resistencia pacífica de Gandhi y de los que protagonizaron las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos en la década de 1960. Esto es evidente en el discurso que Martin Luther King pronunció en 1961, cuando dijo que la resignación y la violencia no eran soluciones para avanzar en la defensa de sus derechos, sino la “resistencia no violenta”.