¡No vas a regresar hasta noviembre, tienes que imponerte! No quiero que estés viniendo cada fin de semana al pueblo-. Era junio de 1997, la carretera gris con su eterna línea amarilla, enmarcada con ramas pálidas y múltiples árboles grisáceos que hacían una valla a la melancolía y la tristeza, no sólo mía, sino de muchos que viajábamos en el camión rojo repleto de maletas y cajas de cartón atadas con piolas, cada una con el nombre del propietario escrito a mano.