Poema hermano de la entrega anterior “Sobre perros y hombres idos”, por aquello de “lo mejor de la vida fueron un perro y un caballo” es este coso en el que bizantinamente un señor conversa con la sombra de su flete perdido. Acaso fuera el primero que ese señor domara, tal vez el más guapo caballo que se viera en Entre Ríos sur, dizque el más codiciado y piropeado en las yerras, jinetadas, aprontes y rodeos en que se desempeñara, un caballo con un ojo como un asombro y el otro como una tormenta, un caballo que sólo se dejaba montar por ese señor y sembraba por el suelo a cualesquier otro jinete que lo intentara, seguramente un caballo que de haber conseguido un cristiano más notable para su apero, ya brillaría en la constelación equina de los Bucéfalos, Moritos, Rocinantes y Babiecas. Solo Platero, que no era caballo pero que tampoco era burro, podía filosofar como él. Se dice de los caballos gateados que “antes muertos que cansados” o que “tener un gateado es tener una tropilla”. Montar el Picazo era trepar el viento.