Todavía me acuerdo cuando nos íbamos bien tempranito, cuando mamá Juana empezaba a tortear para llegar primero al mercado a vender sus tortillas. Bien que con todo y eso nos daba unos frijolitos y nuestro itacate. Salíamos rumbo a la chinampa, la arreglábamos bien bonito. Bien que lucían las lechugas y rábanos de un lado, y del otro el cempazúchitl que apenas iba en chapín. ¡Así nos jodíamos! Era como una cárcel. Pero nada que se quejaba usted ¡Pendejo! ¡Me hubiera dicho lo que le dolía! Pero ya ve . . .

Me encanta estar consciente de que estoy reinventándome en una nueva forma de ser, y aunque eso me produce cierto miedo, voy a ello, sin rehuirle, así estoy descubriendo lo que aún no sé de mí, lo que tengo escondido en las entrañas desde antes de nacer. Ahora, lo que me toca es explorarme, llegar a lo que no sé de mí, a los secretos de mi propia existencia. Porque una cosa es segura, lo que hoy me conozco, es lo que apenas alcanzo a ver en la superficie de mis existencias

Gracias familia, les doy las gracias por haberme hecho caso dejándome morir y no llevar a la quiebra a la familia. Les agradezco que me recuerden todos los días, y más hoy que es el día de muertos.

Niñopan, imagencita escultórica del niño jesús de Xochimilco que desde hace unos cuatrocientos años, vives aquí con nosotros.

En ese instante tomé la decisión de aceptar a mi sensibilidad reprimida, porque desde que vi a las muchachas en el kiosco de mi pueblo sabía que a mí me atraían los muchachos, pero me lo negué. A partir de ese momento ya nada podría reprimirme, ni los estudios de posgrado, ni mis amigos, ni mi familia tradicional pueblerina. Ya nada podría impedir el nacimiento de mi auténtica forma de ser.

Todavía hago ejercicio en las mañanas aunque mucho más leve que cuando corría con mi hermana diez kilómetros diarios en el malecón de mi Campechito querido.

Eran tiempos muy tranquilos, cuando le ayudaba a mi hermana a entrenarse para presentar su examen de cinta negra en Tae Kwon Do. Cuando con mi mamá me iba a México, a comprar la ropa que traía a vender acá, para financiar nuestros estudios.

Por eso me fui a hacer una maestría en etnobiología, para juntar el saber de la gente, con saber el de la ciencia de los libros. Y así yo mismo, después de muchos años de trabajo y aprendizaje, me fui volviendo una gente entendida, una gente de saber. Pero no seguí la vereda del mundo académico, el de las conferencias y el de la publicación en revistas reconocidas por los intelectuales, sino que preferí irme a la docencia, a retomar la vena familiar, pero desde donde yo mismo la quería entender, desde una manera artesanal.

Voy al cuarto de grabado, pero no como los más de diez años que llevo aquí trabajando en el taller, como grabador de sand blast en piezas de cristal. Hoy es diferente porque no voy a trabajar una puerta, un biombo o una cubierta, sino una pieza más pequeña, de setenta milímetros de diámetro y diez de ancho. Además de que el grabado no va a ser lo de rutina, lo que me manda a hacer el patrón, flores o grecas, sino un dibujo prehispánico, en el que además voy a grabarlo en relieve, o sea, a diferentes profundidades. Todo esto es algo nuevo, por la pieza y por el tipo de grabado.

De repente se silencia la música y todo el mundo se calla porque está a punto de correrse  el telón. Una explosión de aplausos me ensordece, porque Cholo ha entrado en escena, es Héctor Leobardo Herrera Álvarez, el gigante del teatro regional, quien mira al público con sus ojos desorbitados, y su característica sonrisa, que uno no sabe si es de risa o de locura. Se contornea entre el respetable, moneándose ante el público que con solo verle suelta la carcajada. Después de él sale su compañera de carpa, Tina Tuyub (Jazmín López), quien, como él, desparpajadamente también se pavonea sobre el entarimado para recibir los aplausos de la gente. Ambos arrancan la función de “Cuna de perros”, parodia que hacen de la telenovela de moda, “Cuna de lobos”, siendo ella quien como Catalina Creel de Varios, parodia a Catalina Creel de Barrios, interpretada en la televisión por María Rubio, actriz que hoy sorprende a todos al estar presente para ofrecer unas palabras en reconocimiento por las cien representaciones de la obra, que recién se están cumpliendo.

Estoy ya muy cansado y perdido en la montaña. Todo lo diviso igual como un laberinto verde mientras el frío se hace más recio. El bosque se cierra. Se me perdió la vereda. Ni modo, ya estuvo que la noche me agarró aquí.

Acá en el pueblo sabemos de sus presencias. Más lo saben los arrieros y los que bajan la leña del monte. Ellos son los que más nos han contado de esas presencias que se hallan allá arriba teniendo  el saber de los cerros, de las plantas que ahí anidan y de las nubes que les lloran. Les llaman “los Monteros, porque son los que cuidan los cerros y de todo lo que ahí habita.