Hoy, primer día de julio, hablamos de la fiesta y la alegría, de su verdadero sentido y de su desviación (si se convierte en mero evasionismo y desenfreno). Las fiestas patronales y locales son celebración compartida de lo que se vive en común: orígenes, preocupaciones, ilusiones y contingencias de la vida. En su raíz, se halla la celebración religiosa, en ocasiones enriquecida por el paso del tiempo y en ocasiones desvirtuada por un “carpe diem” sin horizonte ni referencia. Queremos que el alma de la fiesta siga viva en quienes afirman gozosamente ser comunidad que comparte el mismo cielo y las vicisitudes diarias, que abre corazón y casa al propio y al forastero, que celebra la vida y, en ella, lo humano y lo divino. Nos ayudan en esta tarea la obra literaria “La Ciudadela” (de Antoine de Saint Exupérie), el cuadro “Baile en el Moulin de la Galette” (de Auguste Renoir), un poema del gaditano Carlos Murciano y la Jota a San Fermín que, en presencia de la imagen del Santo, se canta todos los 7 de julio en la Plaza del Consejo de Pamplona, durante la procesión.