Share Pablo: Reavivado por una pasión - Eudaldo Rosado
Share to email
Share to Facebook
Share to X
By Siete Play
The podcast currently has 92 episodes available.
“Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu ni por palabra ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca” (2 Tesalonicenses 2:1, 2).
En 2 Tesalonicenses capítulo 2, Pablo anima a la iglesia a continuar firmes en la verdad recibida, y que no permitan ser engañados por nada ni por nadie. Anticipa que habría un desvío de la fe, y que el anticristo se manifestará antes del Día del Señor. Describe al hijo de perdición como un poder arrogante y dominador que reclama ser adorado, asume prerrogativas divinas y se presenta como si fuese el mismo Dios.
En un sentido más amplio, este poder se identifica como el mismo Satanás, quien ha pretendido ser como el Altísimo. Satanás extrema sus esfuerzos para presentarse como Dios y destruir a todos lo que se le oponen. Está activo, actuando como acusador y engañador. Todo aquel que descuida su comunión con Dios se constituye en presa fácil de los engaños del enemigo, al dar crédito fácilmente a las mentiras presentadas por aquellos que se oponen al verdadero Dios.
¿Cómo enfrentar a este experimentado engañador? Pablo aconseja permanecer firmes y vivir las buenas enseñanzas recibidas. Tanto el Salvador y el Consolador como el Acusador y Engañador se disputan el dominio de nuestra mente y corazón. El primero lo hace con cuerdas de amor y verdad; el segundo, con lazos de engaño y mentira.
Elena de White nos dice que cuando Satanás ve que corre peligro de perder a un alma, hace cuanto puede para conservarla, y mucho más cuando el tentado y afligido busca a Jesús (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 122).
Jorge Benny comparte seis claves de una experiencia victoriosa: ¿Cómo vencer en la vida? Orando. ¿Cómo vencer al diablo? Orando. ¿Cómo vencer las pruebas? Orando. ¿Cómo vencer las tentaciones? Orando. ¿Cómo vencer las tribulaciones? Orando. ¿Cómo vencer las persecuciones? Orando.
Sin oración seremos siempre derrotados. Necesitamos hacer de la oración nuestro estilo de vivir permanentemente en la presencia de Dios. Nuestra única alternativa de victoria es permanecer al lado de Cristo, orando para que el Espíritu Santo nos conceda sabiduría con el fin de reconocer las mentiras y las fuerzas para permanecer del lado de la verdad.
Es una lucha injusta y desigual, con derrota garantizada, si luchamos solos; sin embargo, “si el que está en peligro persevera, y en su impotencia se aferra a los méritos de la sangre de Cristo, nuestro Salvador escucha la ferviente oración de fe, y envía refuerzos de ángeles poderosos en fortaleza para que lo libren” (ibíd.).
“Por esta razón también oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder. Así el nombre de nuestro Señor Jesucristo será glorificado en vosotros y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:11, 12).
Pablo ruega por tres cosas para los creyentes:
1-Por una vida digna. No solo dignos en la entrada al Reino de la gloria sino también dignos para vivir la fe presente. Necesitamos vivir a la altura de los valores del Reino anunciados por Jesucristo. El ser humano debe representar y reflejar el carácter de Dios. La razón por la cual el cristiano vive una vida digna y superior es porque está orientada y regida por los mismos valores de Dios.
2-Por una vida poderosa. No se trata de poder para hacer lo que uno quiere, sino de poder para hacer la voluntad de Dios. Este poder es resultado de la dependencia de Dios. El mismo Jesús reabastecía su alma de poder a través de la oración.
En el silencio de las noches, Jesús se retiraba para tener comunión con su Padre, e invitaba muchas veces a sus discípulos. “En la oración, Cristo obtenía poder de Dios, y prevalecía. Mañana tras mañana, y noche tras noche, él recibía gracia para poder impartir a otros. Entonces, con su alma henchida de gracia y fervor, salía a ministrar a las almas de los hombres” (Elena de White, El ministerio pastoral, p. 324).
3-Por una vida que glorifique a Cristo. El Señor es glorificado en sus hijos en su venida y también en el presente. Las vidas salvadas y las vidas santificadas lo glorifican. El creyente glorifica a Cristo y Cristo glorifica al creyente. Pablo expresa que esto se hace por la gracia de Dios. La gracia nos conduce a la gloria.
Elena de White nos dice que Jesús veía en toda alma a un ser que debía ser llamado a su Reino. “Su intensa simpatía personal lo ayudaba a ganar los corazones. Con frecuencia se dirigía a las montañas para orar en la soledad, pero esto era en preparación para su trabajo entre los hombres en la vida activa. De estas ocasiones, salía para aliviar a los enfermos, instruir a los ignorantes y romper las cadenas de los cautivos de Satanás” (El Deseado de todas las gentes, p. 125).
No hay vida digna, poderosa y que glorifique a Dios si no construimos sobre la comunión para ser consumidos en la misión.
“Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, mientras que a vosotros, los que sois atribulados, daros reposo junto con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder” (2 Tesalonicenses 1:6, 7).
Pablo nos muestra a un Dios que castigará con tribulación a los que atribulan y recompensará con descanso a los que son atribulados. Un día, los creyentes que hoy sufren descansarán y los malvados que hoy hacen sufrir sufrirán.
Pablo asevera que Dios es justo, ya que conoce los hechos y las motivaciones. Por eso, dice que él puede pagar; es decir, devolver en reciprocidad, pagar con la misma moneda. El pago a los incrédulos es con tribulación, llama de fuego, sufrimiento y perdición eterna. Se contrasta la retribución a perseguidores e incrédulos con la recompensa a los perseguidos y creyentes. Unos recibirán lo que causaron; otros, lo que anhelaron. El alivio y el descanso eterno serán a partir del segundo advenimiento de Cristo.
El 31 de mayo de 1970, en la región central norte del Perú, ocurrió un terremoto de magnitud 7,9 en la escala Richter, con epicentro en la provincia de Yungay. Huascaram es la montaña más alta del país, con 6.678 metros de altura, y es la montaña tropical más alta del mundo. Es parte de la llamada “Cordillera blanca”, considerada patrimonio de la humanidad.
Por efecto del tremendo movimiento sísmico, una importante porción se deprendió del Huascaram, y formó un alud de nieve y rocas que alcanzó una velocidad de doscientos kilómetros por hora. Esto arrastró todo lo que encontraba en el camino, saltó por encima de pequeños cerros y sepultó a una profundidad de ochenta metros toda la ciudad de Yungay.
Hoy, una inscripción recibe a los visitantes del lugar, y dice: “Yungay, ciudad sepultada”. Solo unos trescientos sobrevivieron; entre ellos, los miembros de una iglesia adventista que había viajado a una ciudad vecina para hacer un trabajo comunitario.
En 1962, dos científicos estadounidenses, David Bernays y Charles Sawyer, habían informado de la existencia de un enorme bloque vertical de roca, cuya base estaba siendo socavada por un glaciar. Sin duda esto podría causar (y de hecho lo hizo) un derrumbe. No obstante, se les ordenó que se retractaran, bajo amenaza de prisión. Los científicos huyeron del país.
Tanto las promesas como las advertencias son condicionales. Si desechamos o silenciamos las advertencias de los profetas y los apóstoles, y si rechazamos a Cristo como nuestro Abogado, mañana lo enfrentaremos como Juez. Él ama al pecador, pero odia el pecado. Cual Médico divino, un día extirpará para siempre el cáncer del pecado.
Hoy todavía estamos a tiempo; aceptemos la misericordia del Señor.
“Vuestra fe va creciendo y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás [...] vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis” (2 Tesalonicenses 1:3, 4).
Las fuerzas centrípeta y centrifuga, al estar en oposición una de otra, actúan y reaccionan de manera tal que la Tierra, en lugar de salir volando por el espacio, se mantiene en la ruta de su órbita equilibradamente girando alrededor del Sol.
De igual manera, la fuerza impulsora que nos viene de Dios y la fuerza propulsora que es resultado de las presiones recibidas al enfrentar adversidades equilibran nuestro caminar cristiano. Tenemos que agradecer a Dios por ambas, tanto por las alas para volar como por los pesos que nos frenan. Y así, impulsados por Dios, avanzamos con fe y paciencia en nuestra sagrada vocación.
Pablo elogia la fe que crece y el amor que sobreabunda. Son las alas provistas por la fuerza impulsora de Dios. Pero menciona, también, paciencia y fe para enfrentar los pesos de las persecuciones y las tribulaciones.
Paciencia y fe combinadas, pues sin la ayuda divina es imposible tener una paciencia que nos lleve al crecimiento. No necesitamos una paciencia estoica, sino activa y productiva, que nos conduzca a soportar; es decir, a mantenernos erguidos, de pie, firmes y caminando.
Las grandes historias fueron escritas con la sangre de sus autores. José no habría alcanzado la cima de la gloria sin pasar por el pozo de la adversidad. Nabucodonosor no se habría salvado si los tres jóvenes fieles no hubieran pasado por el horno de fuego. El carcelero de Filipos no se habría bautizado si Pablo y Silas, en lugar de cantar, hubieran protestado y, en lugar de permanecer en la cárcel después del terremoto, hubieran escapado.
Elena de White adoptó una actitud de alegría en la adversidad, pues su fe no le permitía estar triste. No obstante, hubo veces cuando sufrió muchísimo; por ejemplo, en Australia, viuda y enferma, confinada en cama por meses. Ella misma escribió que el Señor hace bien todas las cosas. “Miro ahora este asunto como parte del gran plan de Dios, para el bien de su pueblo en este país, y también para los de América, y para mi propio bien. No puedo explicar cómo ni por qué, pero así lo creo. Y soy feliz dentro de mi aflicción. Puedo confiar en mi Padre celestial. No dudaré de su amor” (Consejos para la iglesia, p. 38).
Dios siempre equilibra nuestros pesos con sus alas. Podemos estar seguros de que, si Dios nos deja caminar entre piedras, nos dará zapatos adecuados; el mismo Señor que permite los pesos propulsores nos otorga las alas impulsoras.
Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:1, 2).
En la segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo asegura a los cristianos la aceptación del Señor, insiste en que deben agradecer a Dios por las victorias conquistadas, y destaca su crecimiento en las virtudes cristianas de fe, amor fraternal y firmeza frente a la persecución.
En el capítulo 1, el apóstol subraya la fe, el amor y la paciencia. Pablo demuestra felicidad por el desarrollo espiritual de los hermanos y cómo ellos se han mantenido fieles en la fe, aun en medio de las tribulaciones. A mayor sufrimiento, fue mayor la fidelidad y el compromiso con Dios.
Por eso, a veces Dios permite el sufrimiento en nuestra vida, y este resulta precioso porque nos acerca a él, cosa que no haríamos en circunstancias de comodidad. Ante las pruebas, es necesario mantener firme nuestra fe en Dios, no para demostrar nuestra capacidad de fidelidad sino para que Jesucristo sea glorificado en nuestra vida.
Eduardo Zakim es un luchador y un misionero extraordinario. Un sufriente soldado de Jesús. Lo conozco desde hace cuarenta años. Siempre dedicado y comprometido con Cristo y con la iglesia. Alguien que ganó decenas de almas e inspiró a muchos al ministerio.
Pero Eduardo pasó por pruebas tremendas. Perdió a su hija Cinthia, de 27 años, cuando se lanzó a un río helado para rescatar a un niño; a su esposa Ana, por un cáncer, a quien le habían dado tres meses de vida pero vivió tres años más por su fe y su estilo saludable de alimentación; y también perdió a Noelia, de 33 años, la única hija que le quedaba, por un cáncer fulminante.
Eduardo se ha mantenido fiel y es una bendición para muchos, que son consolados por su vida y su predicación. Es invitado permanentemente por iglesias para compartir temas de reavivamiento. Nunca dejó de dar estudios bíblicos y nos animó a cumplir nuestra misión siempre. Él se volvió a casar con Irene, una mujer extraordinaria, cristiana y ejemplar.
En su libro ¿Qué Dios como tú?, con testimonios de milagros y conversiones, Eduardo nos motiva a confiar plenamente en las promesas de Dios. Así, frente a la próxima prueba, podemos mantenernos fieles y que en cada alma que se cruce en nuestro camino veamos a una persona para el cielo.
Hoy podemos decirle “gracias” a la noche, que nos permite ver las estrellas, y podemos decirles “gracias” a los sufrimientos, que nos permiten ver la consolación y el propósito de Dios.
“También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14).
Pablo utilizó la figura del cuerpo humano para ilustrar el papel de la iglesia. En este cuerpo espiritual hay ciertos miembros más débiles, que necesitan un apoyo especial.
1-Los ociosos. Son los que andan fuera del paso, desordenadamente, indisciplinados. Elena de White nos advierte: “La mente y el corazón indolentes, que no tienen propósito definido, son presa fácil del maligno. El hongo se arraiga en organismos enfermos, sin vida. Satanás instala su taller en la mente ociosa” (La educación, p. 170).
2-Los de poco ánimo. Son los que se dan por vencidos. Siempre miran el lado negativo de las cosas y renuncian cuando las cosas se vuelven difíciles. Necesitan ser animados, alentados, acercándonos a ellos y hablándoles de que las pruebas de la vida los ayudarán a crecer y a fortalecerse en la fe.
3-Los débiles. Son los que no han crecido en la fe, no se alimentaron, no se desarrollaron, se quedaron en los rudimentos del evangelio.
El primer día como presidente de la Asociación Bonaerense, le pedí a un gran líder y administrador de la iglesia, con años de experiencia, que me diera un consejo. Me dijo: “Ama. La iglesia es un edificio en construcción; aún no está terminado. Es como un hospital que recibe enfermos. No podemos descartar, dejar afuera a nadie”.
Por eso, al ocioso hay que darle una ocupación; al de poco ánimo, darle ánimo para que tengan mucho; y a los débiles, darles fuerza, motivando con paciencia y con amor.
Elena de White nos dice que los hijos de Dios deben traer almas al Señor, y así “tendrán la reconfortante seguridad de la presencia del Salvador. No deben pensar que están abandonados a sus débiles fuerzas. Cristo les dará palabras adecuadas para consolar, animar y fortalecer a las pobres almas que luchan en las tinieblas. Su propia fe será afirmada al ver el cumplimiento de la promesa del Redentor. No solo beneficiarán a otros, sino también la obra que hagan para Cristo será una fuente de bendición para ellos mismos” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 304).
Dos tipos de ovejas deben estar en el centro de nuestros sueños, oraciones y esfuerzos. Cuidar la que tenemos adentro del redil para que sea más fuerte y misionera, y buscar y rescatar a la que está afuera.
“Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco” (1 Tesalonicenses 5:8).
Las estalactitas y las estalagmitas son formaciones que se encuentran en cuevas, grutas o cavernas y son producidas por un fenómeno llamado precipitación química. Las estalactitas son formaciones verticales que parten de arriba hacia abajo y las estalagmitas se forman al revés: de abajo hacia arriba.
Las estalactitas se originan en el techo y continúan creciendo de forma descendente hacia el suelo. Son formaciones rocosas que tienen en el centro un conducto por el cual circula el agua con los minerales y que con su goteo produce la formación de las estalagmitas.
Las estalagmitas, originadas en el suelo, se dirigen de forma ascendente, no tienen el conducto central, y crecen por los residuos que vienen de arriba. En el momento en el que ambos se juntan, se forma una estructura única denominada columna, o pilar.
Pablo no habló de estalactitas ni de estalagmitas, pero estas figuras ilustran la enseñanza del apóstol. Nuestra vida es posible no por una precipitación química sino por el descenso y la encarnación de Cristo entre nosotros. Nuestra existencia se origina por un propósito que viene de arriba. En él existimos, en él nos nutrimos, en él crecemos, nos hacemos fuertes y sobrios. Unidos a él, llegamos a ser una columna o pilar firmemente establecido, defensa y baluarte de la verdad.
Pablo reitera la necesidad de estar protegidos por esta armadura para crecer en las cavernas tenebrosas del pecado de este mundo corrupto. La fe y el amor son como la coraza que cubre el corazón: hacia Dios, y hacia el prójimo. La esperanza es el yelmo que protege la mente. Los incrédulos indiferentes fijan su vista en las cosas de abajo, mientras que los creyentes comprometidos ponen su atención en las cosas de arriba.
“La perspectiva que uno tiene de la vida determina el resultado que se obtiene; y cuando esta perspectiva mira hacia lo Alto, un buen resultado está asegurado”, afirmó W. Wiersbe. Reconozcamos nuestra absoluta dependencia del Señor; solo en él somos fuertes y firmes a fin de vivir como hijos de la luz, sobriamente, dependiendo permanentemente, obedeciendo fielmente, siendo un pilar y una columna para sostener a otros.
Así como Cristo es nuestra estalactita –porque se derramó hacia nosotros, nos origina, nos sostiene, nos nutre y nos hace crecer–, nosotros también podemos ser la estalactita que nos derramamos hacia muchos llevando nutrientes salvíficos de amor, fe y esperanza, produciendo nuevas estalagmitas.
“Porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5:5).
Pablo dice que somos hijos de la luz y del día, que no podemos dormir frente al gran evento que se aproxima, mientras que los hijos de las tinieblas se esconden y viven en la suciedad del pecado; por eso son de la noche, indiferentes o ajenos al inminente regreso del Señor.
Ser hijos de la noche es rechazar la Revelación, vivir en incredulidad, practicar la inmoralidad y dormir el sueño de la muerte. Ser de las tinieblas significa pertenecer al enemigo y, por lo tanto, actuar en rebeldía contra Dios.
Pero Pablo dice que no somos hijos de las tinieblas y de la noche. No somos hijos de rebeldía, desobediencia, ira, maldición y muerte. Por la redención en Jesús, somos hechos hijos de comunión, obediencia, justicia, bendición, resurrección y vida.
Burt dice que el binomio luz-tinieblas y día-noche vertebra toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. Cuando todo era tinieblas, las primeras palabras de Dios registradas en las Escrituras fueron “Sea la luz”. Y, cuando el Apocalipsis termina ya en la descripción de la Ciudad Celestial, se dice que no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará.
Cuando el hombre cedió a la tentación, el diablo transformó el mundo en un mundo oscuro por el pecado. Cristo vino cuando todo estaba en tinieblas espirituales para trasladarnos del reino de las tinieblas al Reino de la Luz.
Los hijos de las tinieblas y de la noche viven para el presente siglo, regidos por el príncipe de las tinieblas, mientras que los hijos de la luz y del día viven para el siglo venidero, regidos por el Príncipe de justicia y la Luz del mundo. El príncipe de las tinieblas ha recibido un golpe mortal, pero sigue gobernando. El presente siglo está moribundo, pero aún no acaba. Hasta que Cristo vuelva en gloria, seguirá este período transitorio de convivencia de las tinieblas y la luz, de la noche y el día.
Solo hay dos opciones. O se es hijo de la noche o hijo del día, de la luz o de las tinieblas. O perteneces a este mundo caduco en vías de extinción o al siglo venidero, a pasos de su reestreno definitivo.
La Luz del mundo ya vino, pero está por venir nuevamente. Seamos hijos de Dios, que no viven para este mundo que se termina, sino para el Reino que nunca acabará.
“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5:2).
Tanto Jesús como Juan en el Apocalipsis y como Pablo aquí usan la figura de un ladrón para ilustrar lo inesperado y sorpresivo de la llegada del Día del Señor. Puesto que no sabemos cuándo va a venir el gran día de Dios por su pueblo, debemos vivir esperando y velando mientras estamos ocupados en trabajar y testificar.
Ya hemos comentado la tristísima historia del vuelo que impactó sobre la ladera del cerro a escasos cuatro kilómetros del Aeropuerto José María Córdova (Colombia) y que significó la muerte de 71 personas (entre ellos, los jugadores del equipo de fútbol brasileño Chapecoense).
El vuelo de LaMia estuvo a cuatro minutos de aterrizar. Casi se salvaron. Pero estar “casi salvos” es estar totalmente perdidos. No hay mayor fatalidad que el “casi”.
Un tripulante que siguió el protocolo de seguridad y salvó su vida estuvo entre los sobrevivientes. Dios nos ha dado, a través de su Palabra, un protocolo de seguridad para enfrentar el mal y el pecado, y sobrevivir.
De acuerdo con las investigaciones, la falta de combustible fue la causa de la tragedia. Es imposible llegar a destino sin combustible. El sueño de todos es llegar al destino seguro. Es imposible sin la provisión adecuada de la energía necesaria. La gran diferencia entre las vírgenes que participaron de la gran fiesta de bodas y las que no lo hicieron fue que estas últimas no tenían el aceite suficiente para sus lámparas. Es imposible movernos y llegar al destino anhelado sin combustible. Y Jesús, en su propia experiencia, nos aseguró que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
El avión podría haberse declarado en emergencia, y la tragedia se habría evitado, pero tan solo expresó un pedido de prioridad para el aterrizaje. Este mundo de pecado es a todas luces un mundo declarado en emergencia. La imagen de Dios en el hombre, en su estado original, ha sido totalmente desvirtuada.
“La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debería ser nuestra primera obra” (Elena de White, Eventos de los últimos días, p. 193).
Ya no es suficiente que encaremos las cosas de Dios de manera prioritaria. Necesitamos, además, hacerlo con urgencia. No hay más tiempo. Estamos a “instantes” de la destrucción definitiva o de una vida para siempre.
Necesitamos actuar con urgencia en la emergencia.
“Acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba” (1 Tesalonicenses 5:1).
En el capítulo 5 de 1 Tesalonicenses, Pablo comienza describiendo el regreso de Cristo. Él afirma que el Día del Señor viene como ladrón en la noche. Aquí, Pablo no está hablando de un rapto secreto. Está enfatizando la idea de que Cristo vendrá en el momento en que no esperamos. Y por eso debemos estar siempre preparados.
Un mensaje importante que Pablo comparte es este: No debemos confiar en discursos que dicen que habrá tiempos de paz, y que los tiempos de paz se instalarán para siempre en nuestro planeta. ¡Eso no es verdad! La paz que se instale en nuestro planeta será una paz aparente, que precede al regreso de Jesús. Por eso, Pablo nos enseña que debemos vigilar y estar sobrios; es decir, atentos. Esto significa que necesitamos conocer las señales, que están claras en la Biblia.
Pablo también orienta a dar atención a los que trabajan entre nosotros predicando la palabra y llamando nuestra atención a las cosas celestiales.
Letie Cowman cuenta que un hombre oraba pidiendo aceite, y Dios le dijo que plante un olivo. Luego, oró por lluvias para el olivo, y Dios se las envió. Entonces oró por sol, y el sol apareció. A fin de fortalecer las raíces, pidió nieve, y Dios le mandó nieve. Pero, por esa nevada, el olivo murió. Sorprendido, el hombre vio que su vecino tenía un olivo muy bonito y le preguntó cómo hacía para mantenerlo así. El vecino respondió: “Solo le confío mi planta a Dios. Yo no le impongo condiciones a Dios; simplemente cumplo condiciones colocando mi vida en sus manos”.
Como Pablo hizo en su vida, como le pidió a los tesalonicenses que hicieran, vamos a colocar nuestra vida plenamente en las manos del Señor.
¡Gracias a Dios porque en él encontramos sentido y significado para la vida, incluso, en las pequeñas cosas! Por la gracia divina nos mantenemos vivos, por su amor tenemos salvación y por su poder podemos prepararnos para recibir a Cristo cuando vuelva a buscarnos.
The podcast currently has 92 episodes available.