Cuanto más conozcamos a Jesucristo, más debemos asombrarnos de quién es realmente.

Sin importar las circunstancias de la vida, debe consolarnos el hecho de que estamos seguros en Cristo, ahora y eternamente.

Oh Señor, Soberano nuestro,
    ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!

¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!

Con la alabanza que brota de los labios de los pequeñitos
    y de los niños de pecho has construido una fortaleza,
    para silenciar al enemigo y al vengativo.

Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos,
    la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto:
    «¿Qué es el hombre para que en él pienses?
    ¿Qué es el hijo del hombre para que lo tomes en cuenta?».

Necesitamos medir nuestra salud espiritual por la forma en que utilizamos nuestros biene materiales para ayudar a hacer discípulos a todas las naciones.

Dios nos ha dado muchas cosas para disfrutar en esta tierra, pero nuestra prioridad debe ser vivir en la voluntad de Dios y enfocarnos en los valores eternos.

Pero tú, Señor, eres el escudo que me protege;

Tú eres mi gloria;

Tú mantienes en alto mi cabeza.

Clamo al Señor a voz en cuello

y desde su monte santo él me responde.

Para experimentar gozo y paz en los desafíos de la vida necesitamos acercarnos a Dios por medio del Señor Jesucristo.

Para vivir de una manera digna del evangelio tenemos que ser cada vez más y más como el Señor Jesucristo.

Aunque seamos capaces de llevar a cabo muchas cosas maravillosas en esta vida, nuestro enfoque principal debe ser la eternidad.

Aunque hayamos tenido un comienzo firme en nuestro caminar con Dios, no debemos suponer que automáticamente seguiremos en el camino que Dios ha diseñado para nosotros.