La película ‘los pecadores’ recuerda al guitarrista que vendió su alma al diablo: Robert Johnson
La película Sinners (Los Pecadores) tiene conexiones simbólicas y temáticas muy potentes con la leyenda del mítico guitarrista de blues Robert Johnson, especialmente en lo que respecta al cruce entre el folclore afroamericano, el sufrimiento histórico y los pactos con fuerzas oscuras.
Mississippi. Años treinta. Un joven negro camina por un sendero polvoriento. Lleva una guitarra colgada al hombro. Dicen que no sabe tocar bien. Que apenas logra afinarla. Pero algo ocurre en ese cruce de caminos. Algo que cambiará la historia del blues… y alimentará una de las leyendas más oscuras de la música.
— Su nombre: Robert Johnson. Una figura enigmática. De él apenas quedan dos fotografías. Y 29 canciones. Pero su sombra se extiende hasta hoy. Eric Clapton lo definió como el músico de blues más importante de la historia. Keith Richards, la primera vez que lo oyó, pensó que eran dos guitarristas. Pero era solo uno. Johnson.
— ¿Cómo logró ese nivel? Aquí comienza la leyenda. Dicen que en un cruce de caminos, a medianoche, hizo un trato. Que el diablo mismo afinó su guitarra. Que le dio el don. A cambio de su alma.
— La historia suena fantástica. Pero sus canciones refuerzan el mito. Letras con referencias directas al demonio, a persecuciones infernales, a espíritus que lo siguen, a rituales de brujería afroamericana. En Me and the Devil canta: “Hola, Satanás, creo que es hora de irnos”. En Hellhound on My Trail habla de perros infernales que lo acechan. En Crossroads Blues, el famoso cruce se vuelve escenario de su angustia.
— Pero más allá del mito, está la realidad. Y es igual de dura. Nació en el sur profundo de Estados Unidos. En una época marcada por la segregación racial, la pobreza extrema, y el racismo estructural. Su nieto lo resume así: “Para nosotros, el futuro era el campo… o nada”.
— El documental Devil at the Crossroads, dirigido por Brian Oakes, no se queda solo en la leyenda. Investiga. Busca respuestas. A través de entrevistas con expertos como Bruce Conforth y músicos como John Hammond, Keith Richards o Clapton, reconstruye su breve y trágica vida.
¿Mito o verdad? La historia de Robert Johnson, el guitarrista que transformó el blues y dejó una huella indeleble en la música popular del siglo XX, comienza en Hazlehurst, Mississippi. Su madre era hija de esclavos. Su padre biológico, un jornalero de paso. Y su padrastro… en realidad, era su verdadero padre. Solo lo supo de adolescente. Entonces, decidió cambiarse el apellido. Eligió Johnson. Como si el destino comenzara a dibujar su propia firma.
— Abandonó la escuela. Dijo que tenía problemas de visión. Se casó muy joven con Virginia Travis. Pero la tragedia no tardó en aparecer. Virginia murió en el parto. También el bebé. El dolor fue insoportable. Y entonces, Robert eligió el camino de la música.
— Johnson fue un músico callejero. Tocaba en bares marginales, rodeado de alcohol, violencia y miseria. En ese ambiente, conocido como juke joints, se mezclaban la música, el vudú, y una vida al borde de la ley.
— Aprendió a tocar gracias a Ike Zimmerman, un virtuoso del blues que, curiosamente, nunca grabó nada. No fue el diablo. Fue otro músico negro olvidado por la historia.
– Robert Johnson. Músico del profundo sur. Nacido en Mississippi en 1911. Pobre. Negro. Sin padre. Con un destino sellado por el algodón y el racismo.
– Su mujer muere al dar a luz. Él apenas tiene 18 años. El dolor se convierte en blues. Pero no cualquier blues. Uno que arde. Que muerde. Que hechiza.
— Primero fue el arpa. Luego, la armónica. Y finalmente… la guitarra. Pero algo no encajaba. Le echaron de un bar por tocar mal. Le dijeron que se fuera a un cementerio, que allí nadie se quejaría. Y fue justo eso lo que hizo. Tocaba entre tumbas. Durante horas. Durante días. Y cuando regresó, su habilidad era tan asombrosa que no parecía humana.
— Así nació el mito. Se decía que había hecho un pacto con el diablo. Que lo había encontrado en un cruce de caminos. Que le había entregado su alma… a cambio de ese talento imposible.
— El Mississippi de aquella época era un infierno para los afroamericanos. Linchamientos. Palizas. El KKK campando a sus anchas. Y en medio de ese horror, el blues se convirtió en grito de resistencia. Pero incluso dentro de su propia comunidad, muchos lo consideraban la “música del demonio”. Decían que el blues corrompía. Que llevaba a los hombres al alcohol, al vudú… y a perder el alma.
— Robert Johnson grabó muy pocas canciones. Apenas unos cuantos sabían de él en vida. Pero tras su muerte, su música se convirtió en leyenda. Eric Clapton. Keith Richards. Bob Dylan. Todos lo señalan como uno de sus referentes. Como el hombre que lo cambió todo.
— Murió a los 27 años. Algunos dicen que fue envenenado por el marido celoso de una mujer. Otros, que fue por sífilis. O por un disparo. Nunca se supo. Pero sí se conoce que fue el primero del famoso “Club de los 27”.
– Los hechos no importan. Es Estados Unidos. Donde la mitología vale más que los documentos. Donde el cruce de caminos no es un lugar. Es un símbolo. Un pacto. Una herida abierta.
– Nadie sabe cómo aprendió. Ni cómo lograba reproducir canciones que escuchaba una sola vez. Dicen que hacía llorar al público. Y que después desaparecía en la oscuridad. Como un espectro con guitarra.
– Viajaba solo. Tocaba por monedas. En trenes, en burdeles, en esquinas. Era libre. Era errante. Prefería el peligro a la servidumbre.
– Tocaba con todos los dedos. Enredaba las melodías con la técnica “picking”. Y con un cuello de botella roto inventaba atmósferas. Hipnotizaba. Embrujaba.
– El “crossroads” no era solo un lugar. Era un ritual africano. Una herencia de esclavos. Un punto de contacto entre mundos. Entre la magia y el deseo. Entre el hoodoo y el blues.
– Pero para los blancos, ese cruce era satánico. Así nació el mito. Johnson como símbolo del negro que pacta con el mal para triunfar. Para existir.
– En sus letras hay hechizos. Conjuros. Espíritus. Misterio. Canciones como *Cross Road Blues* o *Me and the Devil Blues* alimentan la llama.
– Sólo existen tres fotos suyas. En todas, sus largos dedos sujetan la guitarra. Como si fuesen tentáculos del más allá.
– Robert Johnson no fue solo un músico. Fue una leyenda viva. Un símbolo del alma rota del sur. Un eco oscuro que aún resuena.
Su fama llegó tarde. Décadas después de su muerte, los músicos blancos lo redescubrieron. Y lo veneraron. Su disco The Complete Recordings, publicado en 1990, ganó un Grammy. Está en el Rock and Roll Hall of Fame. Cuatro de sus canciones son consideradas pilares del género.
— Pero la muerte también alimentó el mito. Murió a los 27 años. ¿Veneno? ¿Venganza? ¿Otra mujer? Nadie lo sabe con certeza. Algunos dicen que fueron polvos mágicos. Como los que menciona en sus canciones. Polvos del hoodoo. Polvos del vudú.
— Hoy, la figura de Robert Johnson sigue siendo un cruce entre el arte y lo oculto. Entre el talento sobrenatural… y el precio que, tal vez, tuvo que pagar por él. Tal vez fue solo un músico excepcional. O tal vez... alguien tocó su guitarra en la oscuridad. Y le susurró un pacto eterno.
– Su epitafio improvisado lo dice todo: “Enterradme junto a la carretera, para que mi espíritu malvado pueda subirse a un autobús y viajar”.
– Y viaja. Vaya si viaja. En cada nota de blues. En cada cruce de caminos.