En aquellos campos dorados de finales de junio, remotos y ensoñados. En aquel paraje distante abandonado por satélites, olvidado.
Corro un instante que es eterno.
Es la noche más corta y yo sigo corriendo. Se cruzan los caminos de remolques y trillos. De las granjas que fueron y las bestias que pastaron.
Jadeo rítmico y sinfónico en el solsticio de verano. Trote cartesiano . Gotas de sal en la frente.
Improvisado espartano.
Diviso el asfalto al fondo como el mar de infancia. Azul y negro. Los caminos vuelven a su sitio. Por la carretera navego, errante velero.
Motor de explosión a punto de explotar se abre paso entre nubes de insectos. Chatarra con ruedas, destartalada, al encuentro con mi espectro.
Esta vez soy yo la chica de la curva al revés. Por fortuna, el proyectil con volante se detiene a mis pies.
Baja la ventana con cinemática precisión.
Inesperada aparición. Por favor, el castillo de Stegeborg?
Pienso por un momento sin saber que responder.
Se fue. A su paso deja chispazos de humo y admiración y por si queda alguna duda declaro que sigo siendo fiel corredor.