Cuando era joven y estaba encendido con el amor de Dios, pensé que convertiría al mundo entero.
Pero pronto descubrí que sería suficiente para convertir a la gente que vivía en mi pueblo, e intenté durante mucho tiempo hacerlo, pero no tuve éxito.
Luego me di cuenta de que mi programa todavía era demasiado ambicioso,
así que me concentré en los de mi propia casa.
Pero descubrí que tampoco podía convertirlos.
Finalmente, caí en la cuenta: debo trabajar en mí mismo.
Cuando la gente se queja de lo que anda mal en el mundo, por lo general, están culpando a otra persona.
Primero deberían mirarse a sí mismos.
De esa manera, sabrán que son haciendo una diferencia en al menos una vida.
No podemos llevar a nadie más lejos de lo que nosotros mismos hemos ido.