Damos algunas monedas a un mendigo, pero nos aseguramos de que no haya contacto entre nosotros, ni siquiera contacto visual. Jesús no se mantenía alejado ni guardaba distancia. No temía tocar a los demás. Tocaba a los leprosos, pecadores, personas enfermas e incluso a los muertos. El contacto físico es precisamente lo que le brinda a las personas, especialmente a aquellas enfermas y heridas, una sensación de calidez y alegría. Al tocar a otra persona, aceptamos a esa persona exactamente como es. Señor, danos un corazón cálido y manos amables.