Dos superpotencias y un objetivo, la carrera por la supremacía nuclear entre la Unión Soviética y EE. UU. en su lucha por controlar la fuerza más poderosa del planeta y crear una “superbomba” que podría desencadenar una explosión 1.000 veces mayor que la de Hiroshima.
En abril de 1946, el científico nuclear Edward Teller, conocido como el padre de la bomba de hidrógeno, llegó al laboratorio nuclear de Los Alamos a presidir una conferencia secreta sobre el más ambicioso proyecto de que el mundo había visto en su vida: la creación de una “superbomba”. Teniendo que superar la oposición inicial de su jefe, el padre de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, Teller creía que podía construir el arma definitiva. En los jardines de Kew en 1947, el soviético Alexander Feklisov conoció a su contacto que le entregó la documentación sobre la bomba H de Teller.
Sin saberlo Teller, su programa de armas había sido infiltrado por un par de espías soviéticos, marido y mujer, “los voluntarios”. En 1951, Teller había hecho el gran avance que anhelaba cuando probó la bomba de hidrógeno en el atolón de Eniwetok, en el Pacífico.
Durante 15 minutos, esperó ansiosamente para descubrir que la isla había desaparecido y en su lugar había un cráter de dos millas de ancho.
Mientras Teller triunfó en los EE. UU., los soviéticos estaban desesperados para desarrollar una pequeña bomba.
El jefe Científico Andrei Sajaron por fin tuvo éxito en su desarrollo y Teller descubrió lo que los soviéticos estaban haciendo en secreto y se unió al FBI como informante; acusó a su contemporáneo, Robert Oppenheimer, de no actuar en interés de los EE. UU. y destruyó su reputación con un poderoso testimonio.
Pero fue demasiado tarde. Los soviéticos tenían ahora el poder de hacer desaparecer cualquier ciudad de Europa. El fin del mundo estaba ahora a la vuelta de la esquina …