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(Víspera del Natalicio de José Raúl Capablanca)
«Nací en La Habana, la capital de la isla de Cuba, el 19 de noviembre de 1888. Yo no tenía aún cinco años cuando por accidente entré en la oficina privada de mi padre y lo encontré jugando con otro señor. Nunca antes había visto una partida de ajedrez. Las piezas me interesaron, y yo, al día siguiente, regresé para verlos jugar de nuevo. Al tercer día, mientras yo miraba, mi padre, un principiante muy pobre, movió uno de sus caballos de un cuadrado blanco a otro cuadrado blanco. Su adversario, al parecer no mejor jugador, no lo notó. Mi padre ganó, y yo le dije que él era tramposo, y comencé a reírme. Después de una pequeña discusión durante la cual casi me sacó de la habitación, le mostré a mi padre lo que él había hecho. Me preguntó cómo y qué sabía yo sobre el ajedrez. Le respondí que yo podía vencerlo, [y él] dijo que eso era imposible, considerando que yo ni siquiera podía colocar las piezas correctamente. En conclusión, jugamos una partida y gané. Ese fue mi comienzo.»1
Así narra José Raúl Capablanca el comienzo de su vida y de su carrera en su obra titulada Mi carrera ajedrecística. Sin embargo, su acreditado biógrafo Miguel A. Sánchez señala que tal vez Capablanca no haya recordado con certeza lo ocurrido, ya que no concuerda con la entrevista que el periodista cubano Andrés Clemente Vázquez le hizo poco después a esa temprana edad.
Según lo publicado en el periódico El Fígaro de La Habana el 8 de octubre de 1893, el niño José Raúl había retado a su padre José María diciéndole: «Si tú quieres perder ahora, juega conmigo». Pero su respuesta acerca de cómo y qué sabía sobre el ajedrez había sido: «Yo me he aprendido las jugadas del general», refiriéndose al jefe de su padre, el general de brigada Emiliano Loño de Pérez, a quien diversas crónicas de la época describían como un apasionado del ajedrez. El periodista Vázquez también dio a conocer que el padre de José Raúl perdía con frecuencia cuando jugaba con su jefe, de modo que el general Loño bien pudiera haber estado enseñándole ajedrez a José María Capablanca cuando su hijo fue testigo de esa lección.2
De cualquier manera, lo cierto es que José Raúl Capablanca fue un niño prodigio que llegó a ser un genio del ajedrez apodado «la máquina humana», y que escribió ese libro en 1920 con el fin de promover su candidatura al título de campeón mundial del ajedrez. Feliz y muy merecidamente para él, dio resultado, ya que el año siguiente no sólo participó en el campeonato, sino que se coronó campeón con su rotunda victoria sobre el entonces poseedor del título supremo, el Gran Maestro alemán Emanuel Lasker.3
¿En qué se parecen el niño José Raúl y el niño Jesús? ¡En que los dos dejaron asombrados de su inteligencia a sus maestros! Pero, gracias a Dios, si bien casi ninguno de nosotros, por mucho que se esfuerce, es capaz de lograr semejante asombro, todos sí podemos lograr crecer en sabiduría y gozar del favor de nuestros semejantes y de nuestro Padre celestial si determinamos imitar a su Hijo Jesucristo.4
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
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(Víspera del Natalicio de José Raúl Capablanca)
«Nací en La Habana, la capital de la isla de Cuba, el 19 de noviembre de 1888. Yo no tenía aún cinco años cuando por accidente entré en la oficina privada de mi padre y lo encontré jugando con otro señor. Nunca antes había visto una partida de ajedrez. Las piezas me interesaron, y yo, al día siguiente, regresé para verlos jugar de nuevo. Al tercer día, mientras yo miraba, mi padre, un principiante muy pobre, movió uno de sus caballos de un cuadrado blanco a otro cuadrado blanco. Su adversario, al parecer no mejor jugador, no lo notó. Mi padre ganó, y yo le dije que él era tramposo, y comencé a reírme. Después de una pequeña discusión durante la cual casi me sacó de la habitación, le mostré a mi padre lo que él había hecho. Me preguntó cómo y qué sabía yo sobre el ajedrez. Le respondí que yo podía vencerlo, [y él] dijo que eso era imposible, considerando que yo ni siquiera podía colocar las piezas correctamente. En conclusión, jugamos una partida y gané. Ese fue mi comienzo.»1
Así narra José Raúl Capablanca el comienzo de su vida y de su carrera en su obra titulada Mi carrera ajedrecística. Sin embargo, su acreditado biógrafo Miguel A. Sánchez señala que tal vez Capablanca no haya recordado con certeza lo ocurrido, ya que no concuerda con la entrevista que el periodista cubano Andrés Clemente Vázquez le hizo poco después a esa temprana edad.
Según lo publicado en el periódico El Fígaro de La Habana el 8 de octubre de 1893, el niño José Raúl había retado a su padre José María diciéndole: «Si tú quieres perder ahora, juega conmigo». Pero su respuesta acerca de cómo y qué sabía sobre el ajedrez había sido: «Yo me he aprendido las jugadas del general», refiriéndose al jefe de su padre, el general de brigada Emiliano Loño de Pérez, a quien diversas crónicas de la época describían como un apasionado del ajedrez. El periodista Vázquez también dio a conocer que el padre de José Raúl perdía con frecuencia cuando jugaba con su jefe, de modo que el general Loño bien pudiera haber estado enseñándole ajedrez a José María Capablanca cuando su hijo fue testigo de esa lección.2
De cualquier manera, lo cierto es que José Raúl Capablanca fue un niño prodigio que llegó a ser un genio del ajedrez apodado «la máquina humana», y que escribió ese libro en 1920 con el fin de promover su candidatura al título de campeón mundial del ajedrez. Feliz y muy merecidamente para él, dio resultado, ya que el año siguiente no sólo participó en el campeonato, sino que se coronó campeón con su rotunda victoria sobre el entonces poseedor del título supremo, el Gran Maestro alemán Emanuel Lasker.3
¿En qué se parecen el niño José Raúl y el niño Jesús? ¡En que los dos dejaron asombrados de su inteligencia a sus maestros! Pero, gracias a Dios, si bien casi ninguno de nosotros, por mucho que se esfuerce, es capaz de lograr semejante asombro, todos sí podemos lograr crecer en sabiduría y gozar del favor de nuestros semejantes y de nuestro Padre celestial si determinamos imitar a su Hijo Jesucristo.4
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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