A finales del siglo X, hubo algún califa que afirmaba que los cristianos eran incapaces de hacer flotar siquiera una tabla en el Mediterráneo, y no dejaba de tener razón pues el mundo árabe dominaba al-Ándalus, Baleares, Córcega, Sicilia y todo el norte del continente africano
Y se permitieron el lujo de saquear Tarento, Bari, Roma y todo el litoral del Languedoc.
Mientras tanto, en la Península Ibérica, un puñado de montañeses insumisos dispersos en los valles de Asturias y los Pirineos, hacían frente como podian a los musulmanes.
Bloqueados desde el siglo VIII estos hombres siguen considerándose cristianos y luchan por no dejar de serlo.
Al emir de Córdoba no parece que le preocuparan en exceso estos reductos formados por asnos salvajes, como los definían. Para vencerlos usan la táctica de dejarlos aislados evacuando las poblaciones que se hallaban en contacto con estos grupúsculos, creando así un espacio despoblado, vigilado por una línea de guarniciones colocadas en lugares elevados