A veces se nos olvida que también tenemos la capacidad de generar vínculos profundos con especies diferentes a las nuestra. El ejemplo más evidente lo encontramos en los perros o en los gatos, pero no se limita exclusivamente a estos.
Son muchos los que valoran a su mascota como a un miembro más de su familia, se le asigna un nombre, se le atribuye personalidad y se compilan todas las experiencias compartidas. Incluso ocurre algo curioso: acabamos percibiéndola como distinta al resto de los individuos de su especie. Única y especial.
Todo esto nos conduce a una pregunta interesante:
¿podemos transitar por una experiencia de duelo cuando, con el devenir de los años, la muerte nos aleja de nuestra mascota?
¿Es normal sentirnos tristes en estos casos? ¿Qué nos dice la ciencia sobre este tema?