Jn 15, 9-17 • Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conoceer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros».
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Estaba convencido de que la siguiente predicación iba a ser especial. A lo largo de la cena nos has dicho muchas, muchas cosas. Muchas de ellas de verdad que no las entiendo mucho, pero yo no puedo hacer otra cosa que mirarte y embelesarme, —aquí, desde tu regazo—.
Hace unos días, mientras llegábamos a Jerusalén, me atreví a preguntarte el tema de la siguiente predicación; no podía esperar, —ya sabes lo impaciente que soy—. Te veía rezar con mucha intensidad y me picaba la curiosidad.
¿El tema? «Os hablaré sobre el amor», me respondiste. Como es costumbre en Ti, me dejaste todavía con más sed. Por eso que he acogido el mensaje que ahora nos has dicho con especial entusiasmo. De verdad, tenía mucha sed de tu Palabra.
Pero Rabbí; Tú siempre nos hablas del Amor, ¿qué iba a tener de especial esta vez? ¿Cómo ibas a expresarlo? ¿Utilizarías alguna parábola nueva? ¿Nos hablarías de los antiguos profetas? ¿Nos darías algún consejo para aprender a amar? No entendía por qué este mensaje iba a ser diferente. Pero lo ha sido; me has vuelto a sorprender.
Como siempre, cuando hablas del Amor hablas poco de Ti, bastante de tu Padre y otro tanto de lo mucho que nos quieres, y por eso nos llamas «amigos». Sigo sin acostumbrarme a que nos llames así.
Maestro, para Ti el Amor lo es todo, fundamenta tu existencia, es tu respirar, es el mandamiento de tu corazón. Eres radical en eso pues hablas de dar la vida por nosotros, por tus amigos. Nos invitas a amarnos entre nosotros con la misma radicalidad. Siendo así, ¿cómo podemos realizar semejante hazaña?
También nos lo has dicho: solo podremos si «permanecemos en Ti».
Le doy vueltas a lo que supone «permanecer en Ti». Permanecer en Ti no es aprender a ser mejor judío, conocer la Torá palabra a palabra, celebrar el shabat, cumplir todas las leyes y saber cómo rezarle a Yahvé en la sinagoga… No es ni siquiera aprender de Ti u obtener algún tipo de enseñanza o lección de vida… Permanecer en Ti es, sencillamente,
vivir en Ti,
ser en Ti,
amarte a Ti,
buscarte a Ti en todas las cosas.
Permanecer en Ti es construir el Amor en mi propia intimidad, levantarte sobre el altar de mi alma.
Permanecer en Ti es ser tu amigo, hacerte ver que estoy contigo, a tu lado. Que puedas confiar en mí. Conocerte para quererte. Elegirte para amarte, como has hecho con todos y cada uno de nosotros.
Permanecer en Ti es lo que necesito para llevar tu Amor a los otros, para poder llevar la Buena Noticia. Permanecer en Ti es necesario para escribir el Evangelio del Amor.
Gracias, Rabbí. Ahora sé que recordaré estas Palabras, —este Evangelio—, todos los días de mi vida.
Gracias porque me has llenado de tu alegría.
Me has llevado a plenitud.
Me has colmado de tu Amor.
Sigamos cenando, quiero seguir escuchándote.