Impulsada por el prócer local León Cappa y Béjar, en 1865 comenzó a funcionar la Compañía del Ferrocarril carbonífero de Zaragoza a Escatrón, y él mismo diseñó el edificio principal de la estación terminal en Zaragoza, denominada de Escatrón y construida cerca de la carretera de Alcañiz, más allá del Molino del Seminario, entre la Torre de Ponte, y la de Mazas. Por incidencia de su promotor, la estación era también denominada de Cappa, y en 1894 funcionó provisionalmente como estación de Zaragoza-Barcelona, hasta que se construyó el empalme de Miraflores que conectaba con la línea Madrid-Zaragoza-Alicante. Por entonces ya tenía como vecinas las Dependencias de los Tranvías de la ciudad, la Granja Agrícola Experimental y el Matadero municipal.
En 1904 la estación de Escatrón fue adquirida por la compañía Minas y Ferrocarriles de Utrillas, que la habilitó como terminal carbonera de la línea de ferrocarril de Utrillas-Montalbán, y nueva sede social de la empresa. La estación comenzó entonces a denominarse de Utrillas, lo que consolidó e impulsó el desarrollo de una nueva barriada de la ciudad que fue creciendo en torno a ella, con empleos muy vinculados al sector ferroviario, y con viales vinculados al carbón de las cuencas mineras turolenses, como las calles de Utrillas y de Minas.
Durante los años de la Gran Guerra de 1914-1918, y como consecuencia de la neutralidad de España en ese conflicto, el ferrocarril de Utrillas vivió una edad dorada con el aumento del transporte de carbón, abonos minerales, cementos, madera, y otros materiales estratégicos hacia los países en conflicto bélico. El personal de la línea aumentó en número, y la terminal de Zaragoza vivió un notable aumento del tránsito de mercancías.
A principios de los años cincuenta, la Central Térmica de Escucha consumía casi todo el carbón procedente de las minas turolenses, lo que anulaba la razón fundamental que animó la constitución de la línea: dar salida por Zaragoza al carbón de Teruel. Además, en esos años comenzó el descenso del tráfico del carbón por la fuerte presión del transporte por carretera con camiones de gran tonelaje, y por la feroz competencia de otros tipos de combustibles, como gas butano, propano, fuel-oil, y un consumo eléctrico para usos domésticos cada vez más generalizado.
El grupo catalán Figols llevaba por aquél entonces las riendas de la compañía, hasta que en octubre de 1963 pasó a depender de FEVE, organismo público estatal que mantuvo la actividad hasta que decretó el cierre de esta línea a comienzos del año 1966. El desmantelamiento de la línea ferroviaria fue muy rápido, con el levantamiento de rieles y traviesas, la acumulación de las tolvas de transporte carbonero y las máquinas de arrastre a la espera del inexorable desguace, y el abandono de las instalaciones, edificios y estaciones a lo largo de la línea.