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Lecturas:
Isaías 43,16-21
Salmo 126,1-6
Filipenses 3,8-14
Juan 8,1-11
Esta cuaresma, la Liturgia nos ha mostrado al Dios del Éxodo. Un Dios poderoso y lleno de gracia que, absolutamente fiel a su Alianza, ha hecho “grandes cosas” por su pueblo, como señala el salmo de hoy.
Pero, como nos dice Isaías en la primera lectura de hoy, las “cosas del pasado” son nada comparadas con ese “algo nuevo” que Dios hará en el futuro.
La primera lectura y el salmo de este día miran hacia atrás, hacia las maravillosas proezas del Éxodo. Ambos ven en el Éxodo un patrón y una profecía para el futuro, cuando Dios restaurará la suerte de su pueblo, caído en el pecado. Pero las lecturas de hoy apuntan más adelante, a un Éxodo todavía más grande, cuando Dios reunirá a las tribus exiliadas de Israel, que han sido dispersadas a los cuatro vientos, a los confines de la tierra.
El nuevo Éxodo, aquel que Israel aguardaba con esperanza, ha llegado en la muerte y resurrección de Jesús. Como la mujer adúltera del Evangelio, todos han sido disculpados por la compasión del Señor.
Todos han escuchado sus palabras de perdón, su llamado urgente al arrepentimiento, su invitación a dejar el pecado. Cristo ha tomado posesión de cada uno de nosotros y nos ha reclamado como hijos del Padre celestial, como lo ha hecho con Pablo según la epístola de hoy.
En la Iglesia, Dios ha formado un pueblo para anunciar sus alabanzas, según predijo Isaías. Y como el profeta prometió, ha dado a su “pueblo escogido” aguas vivas para beber en medio del desierto del mundo (cfr. Jn 7,37-39).
Pero nuestro Dios es siempre un Dios del futuro, no del pasado. Por ello debemos vivir con corazones confiados, olvidando lo que hemos dejado atrás y lanzándonos hacia lo que está adelante, como nos dice San Pablo.
Su salvación es el poder en el presente, “el poder de Su resurrección.”
Vivimos esperando un Éxodo mayor y último, perseguiendo “la meta, el premio de la llamada de Dios hacia arriba”, luchando con fe para alcanzar la última cosa nueva que promete Dios, “la resurrección de los muertos.”
By St. Paul Center for Biblical Theology4.8
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Lecturas:
Isaías 43,16-21
Salmo 126,1-6
Filipenses 3,8-14
Juan 8,1-11
Esta cuaresma, la Liturgia nos ha mostrado al Dios del Éxodo. Un Dios poderoso y lleno de gracia que, absolutamente fiel a su Alianza, ha hecho “grandes cosas” por su pueblo, como señala el salmo de hoy.
Pero, como nos dice Isaías en la primera lectura de hoy, las “cosas del pasado” son nada comparadas con ese “algo nuevo” que Dios hará en el futuro.
La primera lectura y el salmo de este día miran hacia atrás, hacia las maravillosas proezas del Éxodo. Ambos ven en el Éxodo un patrón y una profecía para el futuro, cuando Dios restaurará la suerte de su pueblo, caído en el pecado. Pero las lecturas de hoy apuntan más adelante, a un Éxodo todavía más grande, cuando Dios reunirá a las tribus exiliadas de Israel, que han sido dispersadas a los cuatro vientos, a los confines de la tierra.
El nuevo Éxodo, aquel que Israel aguardaba con esperanza, ha llegado en la muerte y resurrección de Jesús. Como la mujer adúltera del Evangelio, todos han sido disculpados por la compasión del Señor.
Todos han escuchado sus palabras de perdón, su llamado urgente al arrepentimiento, su invitación a dejar el pecado. Cristo ha tomado posesión de cada uno de nosotros y nos ha reclamado como hijos del Padre celestial, como lo ha hecho con Pablo según la epístola de hoy.
En la Iglesia, Dios ha formado un pueblo para anunciar sus alabanzas, según predijo Isaías. Y como el profeta prometió, ha dado a su “pueblo escogido” aguas vivas para beber en medio del desierto del mundo (cfr. Jn 7,37-39).
Pero nuestro Dios es siempre un Dios del futuro, no del pasado. Por ello debemos vivir con corazones confiados, olvidando lo que hemos dejado atrás y lanzándonos hacia lo que está adelante, como nos dice San Pablo.
Su salvación es el poder en el presente, “el poder de Su resurrección.”
Vivimos esperando un Éxodo mayor y último, perseguiendo “la meta, el premio de la llamada de Dios hacia arriba”, luchando con fe para alcanzar la última cosa nueva que promete Dios, “la resurrección de los muertos.”

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