(A propósito de la reseña de “Desesperar” compuesta por Blas Valentín)
La Esperanza nos ata a un horizonte falaz que, como tal, nunca se alcanza. Ciertamente, nos parece que avanzamos hacia él; y que caminamos hacia adelante por lo menos. Pero, en nuestro mundo, cada paso que se da es un un paso en la servidumbre y en el adocenamiento. Dando la espalda a la Esperanza y desandando los caminos trazados, acaso respiraríamos mejor.
El temor también ata. Nos ata las manos, para que ya no podamos “hacer”; y ata nuestro cerebro, convirtiendo el pensar en repetir. El miedo ata las manos del cerebro…
Lo advirtió Goethe, lamentable estadista e importante escritor, en su “Fausto” y por medio de Mefistófeles: “Tengo en cadenas a dos de los mayores enemigos de la Humanidad: la Esperanza y el Temor”.
Presento la reseña de “Desesperar” que Blas Valentín ha compuesto para su blog. Me mostró dos borradores, señalando que el segundo era más crítico y hasta me podía molestar. Por supuesto, elegí el segundo, que no me importunó en absoluto y más viniendo de una amigo.
Escribí “Desesperar” en el mejor gabinete del mundo: el monte público. Me había separado de la sociedad y recorría los parajes de Arroyo Cerezo conduciendo un hato de cabras. Todas las mañanas, apenas amanecía, acompañaba a mi rebaño con un cuaderno y un lápiz en el morral. Cada día me proponía un tema de reflexión; y, a la noche, de vuelta al hogar ansiando tirarme a la alfombra para jugar con mi hijo, que era muy pequeño, ya contaba con un capítulo o un fragmento.