Menos "salsa" y más respeto a las raíces de la música popular cubana es lo que demandamos cada vez que volvemos a estos registros históricos.
Y es que muchos de los "dioses" que hoy proclama la maquinaria comercial salsera no habían nacido, o estaban en pañales, cuando estos sonidos surcaban el éter radiofónico, resplandecían en las pantallas cinematográficas o, sencillamente, viajaban en discos y partituras, conquistando además los escenarios del mundo.
"Nadie es profeta en su tierra", asegura el antiguo refrán, y Benny Moré se hizo de un nombre en México, durante la segunda mitad de los años 40, ganándose con su talento y carisma un espacio importante en aquel llamado "cine de oro" pletórico de rumberas y sólidos respaldos orquestales. Entre ellos los de sus compatriotas: Pérez Prado y Mariano Mercerón.
La leyenda del "Sonero Mayor", con sus luces y sombras, creció desde entonces arropada por el aplauso del público en todas las latitudes posibles, respaldada por cientos de grabaciones producidas por RCA Víctor la disquera para la que el Benny acumuló, en poco más de 15 años, una sólida discografia, crucial para el fundamento y difusión de la música popular de la Isla.
Así pues estos sonidos que nos devuelve la memoria en voz del también llamado "Bárbaro del Ritmo" son fiel testimonio de un tiempo único donde la independencia y libertad de movimiento de los ciudadanos cubanos (en este caso artistas y músicos) permitió sedimentar arte y cultura dentro y fuera de nuestras costas.
Orlando Guerra, fenómeno artístico anterior al Benny, coronado en el gusto popular como "Cascarita" aportó modernidad a la interpretación de la música cubana integrando en su estilo, con singular gracia y desenfado, las corrientes del swing y el bebop.
El mambo, la novedosa criatura rítmica que cristalizó el avanzado concepto musical del pianista matancero Dámaso Pérez Prado en los atriles de la jazz band "Casino de la Playa", no hubiera sido lo mismo sin el mago Cascarita.
Apoyándose además en un riquísimo repertorio de guarachas y sones montunos, coreográficamente también dejó huella entre sus contemporáneos. Artista fundamental para entender la evolución musical en la Isla, a pesar de su lamentable olvido, las grabaciones de Cascarita nos demuestran la capacidad de resistencia de lo verdaderamente auténtico ante el paso del tiempo.
Ochenta años nos separan de estas valiosas sesiones radiofónicas donde brilló Cascarita. Tiempos felices, a pesar también de los vaivenes sociales, económicos y políticos de la incipiente república antillana.
Esto no es salsa, es historia, y toca quitarse el sombrero ante el gran Abelardo Barroso.
El legendario Sonero, en entrevista concedida al investigador Alberto Mugercia, nos devuelve algo del espíritu de aquellos años gloriosos y definitorios del fenómeno sonero cubano. 1920 y la melaza del Son cubano comenzaba su recorrido triunfal por los escenarios del mundo y en las etiquetas de infinidad de producciones discográficas.
Danzón, bolero, Son, danzonete, son montuno, guajira, guaracha, rumba, guaguancó, mambo, chá cha chá, entre tantas denominaciones originales y únicas, todas nacidas al calor de los toques y cantos en la mayor de las Antillas.
Cubita la bella, condenada a vivir entre la risa y el llanto y aún así haciendo pulsar el Caribe, repartiendo música, alegría y nobleza.
En su arte formidable resuman otras grandes voces femeninas del panteón musical cubano: María Teresa Vera, Paulina Alvarez, Justa y Ana María García y Graciela, son sólo algunas.
Celia Cruz: alegría, sabor, poderío y tristeza al mismo tiempo en su voz de ceiba eterna, terminando sus días lejos de la tierra añorada y, muy a su pesar, identificando con su arte inmenso una etiqueta comercial que únicamente pudo ver la luz gracias al éxodo, al control y al silencio impuestos por la dictadura militar en la Isla.
Con La Guarachera de Cuba, nos despedimos.