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Eder Mayuelas, geólogo y doctor en ciencia y tecnología de los materiales, pone hoy el foco en un producto que se ha viralizado recientemente: una pulsera de hematita comercializada por la marca Hermes, presentada como un objeto capaz de reforzar la autoestima masculina, equilibrar emociones y potenciar una “masculinidad segura”.
El producto se vende con una estética cuidada, minimalista y casi premium. Pero el reclamo no es su diseño, sino la historia que lo acompaña: la empresa asegura que se trata de un “canalizador de energía protectora utilizado por generales romanos”, apoyándose en conceptos de la cristaloterapia.
Según esta corriente pseudocientífica, la hematita aportaría fortaleza interior, seguridad y equilibrio emocional. Sin embargo, la evidencia científica es clara: la hematita es simplemente un óxido de hierro sin propiedades magnéticas apreciables y sin efectos demostrados sobre la salud emocional o física. Los estudios disponibles señalan que su impacto se limita al efecto placebo.
Aún así, la estrategia de venta de Hermes está meticulosamente diseñada: reseñas perfectas imposibles de verificar, fotografías genéricas, lenguaje emocional centrado en “energía”, “propósito” o “masculinidad” y supuestas menciones a medios como Forbes o GQ, sin enlaces reales.
Todo ello genera una apariencia de legitimidad sin aportar ninguna prueba verificable. El objetivo es captar a hombres que atraviesan inseguridades o dudas en un contexto saturado de discursos sobre la masculinidad, convirtiendo la pulsera en un símbolo identitario más que en un accesorio.
El caso guarda un paralelismo evidente con el fenómeno de las Power Balance, las pulseras que hace poco más de una década prometían mejorar el equilibrio y el rendimiento deportivo gracias a supuestos hologramas “frecuenciales”. Millones de personas las compraron hasta que las autoridades obligaron a la empresa a admitir que no existía ninguna base científica. En Estados Unidos, la compañía terminó en bancarrota tras múltiples demandas colectivas. La fórmula se repite: tecnología falsa + narrativa emocional + públicos vulnerables.
Los expertos advierten de que estos productos no desaparecen, sino que evolucionan. Hoy se disfrazan de minerales energéticos; ayer, de hologramas; mañana, quizá de conceptos más sofisticados aún. En todos los casos, se aprovechan de personas que buscan consuelo, equilibrio o identidad en momentos de fragilidad.
By Beñat Gutiérrez, Esti Ortega y Dani GuerreiroEder Mayuelas, geólogo y doctor en ciencia y tecnología de los materiales, pone hoy el foco en un producto que se ha viralizado recientemente: una pulsera de hematita comercializada por la marca Hermes, presentada como un objeto capaz de reforzar la autoestima masculina, equilibrar emociones y potenciar una “masculinidad segura”.
El producto se vende con una estética cuidada, minimalista y casi premium. Pero el reclamo no es su diseño, sino la historia que lo acompaña: la empresa asegura que se trata de un “canalizador de energía protectora utilizado por generales romanos”, apoyándose en conceptos de la cristaloterapia.
Según esta corriente pseudocientífica, la hematita aportaría fortaleza interior, seguridad y equilibrio emocional. Sin embargo, la evidencia científica es clara: la hematita es simplemente un óxido de hierro sin propiedades magnéticas apreciables y sin efectos demostrados sobre la salud emocional o física. Los estudios disponibles señalan que su impacto se limita al efecto placebo.
Aún así, la estrategia de venta de Hermes está meticulosamente diseñada: reseñas perfectas imposibles de verificar, fotografías genéricas, lenguaje emocional centrado en “energía”, “propósito” o “masculinidad” y supuestas menciones a medios como Forbes o GQ, sin enlaces reales.
Todo ello genera una apariencia de legitimidad sin aportar ninguna prueba verificable. El objetivo es captar a hombres que atraviesan inseguridades o dudas en un contexto saturado de discursos sobre la masculinidad, convirtiendo la pulsera en un símbolo identitario más que en un accesorio.
El caso guarda un paralelismo evidente con el fenómeno de las Power Balance, las pulseras que hace poco más de una década prometían mejorar el equilibrio y el rendimiento deportivo gracias a supuestos hologramas “frecuenciales”. Millones de personas las compraron hasta que las autoridades obligaron a la empresa a admitir que no existía ninguna base científica. En Estados Unidos, la compañía terminó en bancarrota tras múltiples demandas colectivas. La fórmula se repite: tecnología falsa + narrativa emocional + públicos vulnerables.
Los expertos advierten de que estos productos no desaparecen, sino que evolucionan. Hoy se disfrazan de minerales energéticos; ayer, de hologramas; mañana, quizá de conceptos más sofisticados aún. En todos los casos, se aprovechan de personas que buscan consuelo, equilibrio o identidad en momentos de fragilidad.

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