Hoy, en Crónicas del Comercio, viajamos al origen del consumo moderno: los templos del deseo, los palacios del vidrio y el mármol, los lugares donde nació el “shopping” tal como lo conocemos. Hoy hablamos de: Los Grandes Almacenes.
Imagina París, 1852. Un empresario llamado Aristide Boucicaut (aristid busicat) abre las puertas de "Au Bon Marché" y comete una herejía comercial: pone precios fijos visibles en todos los productos.
¿Por qué era esto revolucionario? Porque hasta ese momento, comprar era negociar. Cada transacción era un tira y afloja entre vendedor y cliente. Los precios dependían de tu aspecto, tu clase social, tu habilidad para regatear.
Pero Boucicaut hizo algo más radical: permitió la entrada libre. Antes, entrar a una tienda creaba una obligación social de comprar. Él dijo: "Entren, miren, toquen, sueñen... y si no compran hoy, vuelvan mañana".
Y creó algo completamente nuevo: la devolución sin preguntas. Si no te gustaba, lo devolvías. Punto. Sus competidores lo llamaron loco. Sus clientes lo llamaron visionario.
Au Bon Marché no era solo una tienda. Era un nuevo contrato social entre el comercio y el consumidor.