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Lecturas:
Ezequiel 18, 25–28
Salmo 25, 4–9
Filipenses 2, 1–11
Mateo 21, 28–32
Haciendo eco de las quejas escuchadas en las lecturas de la semana pasada, la primera lectura de hoy también presenta reclamos que afirman que Dios no es justo. ¿Por qué castiga con la muerte a un virtuoso que cae en la iniquidad, mientras asegura la vida al débil que se convierte del pecado?
Esta es la pregunta que Jesús trae a cuento en la parábola del Evangelio de hoy.
El primer hijo representa a los más empedernidos pecadores de la época -publicanos y prostitutas-, que al principio, por su pecado, se resisten a servir en la viña del Señor, el reino. Ellos, con la predicación de Juan el Bautista, se arrepintieron he hicieron lo justo y correcto. El segundo hijo representa a los líderes de Israel, quienes dijeron que servirían a Dios en la viña, pero se negaron a creerle a Juan cuando les dijo que debían producir frutos como prueba de su arrepentimiento (cf. Mt 3,8).
Nuevamente, las lecturas de esta semana nos invitan a ponderar los insondables caminos de la justicia y la misericordia de Dios. Él enseña sus caminos sólo a los humildes, como cantamos en el salmo de este día. Y en la epístola de hoy San Pablo presenta a Jesús como el modelo de esa humildad por la cual llegamos a conocer la verdadera senda de la vida.
San Pablo canta un bello himno a la Encarnación. A diferencia de Adán, el primer hombre que en su orgullo pretendió ser Dios, Jesús, el Nuevo Adán, se humilló a sí mismo hasta hacerse esclavo, obediente incluso hasta la muerte en la cruz (cf. Rm 5,14). Por esto nos ha mostrado a cada uno de nosotros, pecadores, el camino del retorno al Padre. Sólo podemos venir a Dios para servir en su viña, la Iglesia, si tenemos la misma actitud de Cristo.
Los líderes de Israel carecieron de ella. En su vanagloria, presumieron su superioridad, asumiendo que ya no tenían necesidad de escuchar a los servidores de Dios ni su Palabra.
Pero ese es el camino de la muerte, como Dios le dice hoy a Ezequiel. Hemos de vaciarnos continuamente, buscando el perdón por nuestros pecados y fragilidades y confesando, con las rodillas dobladas, que Él es el Señor para la gloria del Padre.
4.8
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Ezequiel 18, 25–28
Salmo 25, 4–9
Filipenses 2, 1–11
Mateo 21, 28–32
Haciendo eco de las quejas escuchadas en las lecturas de la semana pasada, la primera lectura de hoy también presenta reclamos que afirman que Dios no es justo. ¿Por qué castiga con la muerte a un virtuoso que cae en la iniquidad, mientras asegura la vida al débil que se convierte del pecado?
Esta es la pregunta que Jesús trae a cuento en la parábola del Evangelio de hoy.
El primer hijo representa a los más empedernidos pecadores de la época -publicanos y prostitutas-, que al principio, por su pecado, se resisten a servir en la viña del Señor, el reino. Ellos, con la predicación de Juan el Bautista, se arrepintieron he hicieron lo justo y correcto. El segundo hijo representa a los líderes de Israel, quienes dijeron que servirían a Dios en la viña, pero se negaron a creerle a Juan cuando les dijo que debían producir frutos como prueba de su arrepentimiento (cf. Mt 3,8).
Nuevamente, las lecturas de esta semana nos invitan a ponderar los insondables caminos de la justicia y la misericordia de Dios. Él enseña sus caminos sólo a los humildes, como cantamos en el salmo de este día. Y en la epístola de hoy San Pablo presenta a Jesús como el modelo de esa humildad por la cual llegamos a conocer la verdadera senda de la vida.
San Pablo canta un bello himno a la Encarnación. A diferencia de Adán, el primer hombre que en su orgullo pretendió ser Dios, Jesús, el Nuevo Adán, se humilló a sí mismo hasta hacerse esclavo, obediente incluso hasta la muerte en la cruz (cf. Rm 5,14). Por esto nos ha mostrado a cada uno de nosotros, pecadores, el camino del retorno al Padre. Sólo podemos venir a Dios para servir en su viña, la Iglesia, si tenemos la misma actitud de Cristo.
Los líderes de Israel carecieron de ella. En su vanagloria, presumieron su superioridad, asumiendo que ya no tenían necesidad de escuchar a los servidores de Dios ni su Palabra.
Pero ese es el camino de la muerte, como Dios le dice hoy a Ezequiel. Hemos de vaciarnos continuamente, buscando el perdón por nuestros pecados y fragilidades y confesando, con las rodillas dobladas, que Él es el Señor para la gloria del Padre.
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