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Este episodio es, en el fondo, una conversación sobre el dolor, la vocación y la coherencia. Pero también sobre lo que significa resistir sin llenarse de odio.
Hablé con Juan Fernando Cristo, alguien que ha vivido en carne propia lo que muchos políticos solo conocen desde los discursos.
Nos encontramos recordando una fiesta en Cúcuta en 1993, y desde ahí fuimos deshilando la vida de alguien que ha sido testigo —y protagonista— de momentos clave en la historia reciente de Colombia. Juan Fernando creció en una Cúcuta muy distinta a la de hoy, en una familia donde la medicina y el servicio público caminaban de la mano. Su padre, un médico que entró tarde a la política, terminó marcando su vida de una manera que nadie hubiera querido: fue asesinado por el ELN en 1997, un hecho que partió su biografía en dos.
A partir de ahí, Juan Fernando, que venía de estudiar Derecho en Los Andes y trabajar en la Procuraduría, entró a la política electoral por una mezcla de convicción y deber. Durante 16 años en el Senado, su lucha por la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras se volvió algo profundamente personal. No quería venganza. Quería justicia, memoria y paz. Y esa decisión —de no permitir que el odio lo consumiera— define, quizás, todo lo demás.
Conversamos también sobre su salida del Partido Liberal, su frustración con la incoherencia de los partidos tradicionales, y su decisión de fundar “En Marcha”, una apuesta por el reformismo liberal y la justicia social. Hablamos del presente: de su ingreso al gobierno de Gustavo Petro como Ministro del Interior, a pesar de venir de orillas ideológicas diferentes. De cómo cree que es posible aportar sin traicionar sus principios. Y de por qué la descentralización, la autonomía regional y el diálogo son, para él, la única vía para que este país tenga futuro.
Juan Fernando es de esas personas que no se quedan en la queja. Que, a pesar de las heridas, siguen creyendo que Colombia se puede enderezar. Este episodio es un homenaje a la memoria, a la coherencia y al compromiso de seguir intentando —una y otra vez— que este país no se nos pierda.
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Este episodio es, en el fondo, una conversación sobre el dolor, la vocación y la coherencia. Pero también sobre lo que significa resistir sin llenarse de odio.
Hablé con Juan Fernando Cristo, alguien que ha vivido en carne propia lo que muchos políticos solo conocen desde los discursos.
Nos encontramos recordando una fiesta en Cúcuta en 1993, y desde ahí fuimos deshilando la vida de alguien que ha sido testigo —y protagonista— de momentos clave en la historia reciente de Colombia. Juan Fernando creció en una Cúcuta muy distinta a la de hoy, en una familia donde la medicina y el servicio público caminaban de la mano. Su padre, un médico que entró tarde a la política, terminó marcando su vida de una manera que nadie hubiera querido: fue asesinado por el ELN en 1997, un hecho que partió su biografía en dos.
A partir de ahí, Juan Fernando, que venía de estudiar Derecho en Los Andes y trabajar en la Procuraduría, entró a la política electoral por una mezcla de convicción y deber. Durante 16 años en el Senado, su lucha por la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras se volvió algo profundamente personal. No quería venganza. Quería justicia, memoria y paz. Y esa decisión —de no permitir que el odio lo consumiera— define, quizás, todo lo demás.
Conversamos también sobre su salida del Partido Liberal, su frustración con la incoherencia de los partidos tradicionales, y su decisión de fundar “En Marcha”, una apuesta por el reformismo liberal y la justicia social. Hablamos del presente: de su ingreso al gobierno de Gustavo Petro como Ministro del Interior, a pesar de venir de orillas ideológicas diferentes. De cómo cree que es posible aportar sin traicionar sus principios. Y de por qué la descentralización, la autonomía regional y el diálogo son, para él, la única vía para que este país tenga futuro.
Juan Fernando es de esas personas que no se quedan en la queja. Que, a pesar de las heridas, siguen creyendo que Colombia se puede enderezar. Este episodio es un homenaje a la memoria, a la coherencia y al compromiso de seguir intentando —una y otra vez— que este país no se nos pierda.
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