En la medida en que son grandes tus sufrimientos, lo es el amor que Dios te ofrece. Aquellos, querida mía, te sirvan de medida de comparación del amor que Dios te tiene.
El amor de Dios lo conocerás por esta señal: las aflicciones que te manda. La señal la tienes en tus manos y está al alcance de tu inteligencia; alégrate, pues, cuando la
tempestad se embravece; alégrate, te digo, con los hijos de Dios, porque esto es amor singularísimo del Esposo divino hacia ti. Humíllate también ante la majestad divina,
considerando cuántas otras almas hay en el mundo, más dignas y más ricas de dotes intelectuales y de virtudes, y que ciertamente no son tratadas con ese singularísimo amor
con el que tú eres tratada por Dios. (Padre Pío)