Cuando explota el escándalo por la publicación del libro de Aline Hernández que cuenta las vejaciones a las que fue sometida, Sergio Andrade y su clan se esconden en México y en España. El productor y su séquito burlan a la justicia hasta que la persecución se intensifica cuando en el estado de Chihuahua progresa una denuncia penal interpuesta por los padres de Karina Yapor, una joven que ha desaparecido junto con Trevi.

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En el pico de la fama, Gloria Trevi ayuda a Sergio Andrade a materializar dos proyectos: primero, el musical, y luego otro, un alevoso esquema de explotación de menores. Trevi acumula discos de platino, llena auditorios y estadios, además de protagonizar exitosas películas. Después de dar por terminada su carrera musical, negocia contratos millonarios con Televisa. Trevi y a Andrade, serán señalados como explotadores y abusadores sexuales. A la pareja y a sus seguidoras se les conocerá como el Clan Trevi-Andrade.

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María Raquenel Portillo pertenece a la primera camada de artistas impulsadas por Sergio Andrade, y al grupo Boquitas Pintadas, que Andrade conduce al éxito para desaparecerlo poco después. Mary, su esposa-asistente, es casi una esclava de Gloria Trevi y Andrade. Mientras Trevi cosecha éxitos, otra niña, de 14 años, conquista al productor. Su nombre es Aline Hernández. Esa niña, tiempo después, será la ruina del todopoderoso encumbrado productor.

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En los ochenta, Gloria Trevi refresca el tedioso mundo del espectáculo, adicto a las fórmulas, avasallado por artistas y grupos cortados con la misma tijera. La “Madonna mexicana”, en su primera década de carrera, vende cinco millones de discos para desaparecer abruptamente. Tras su éxito, hay una estela de víctimas, mujeres que entregan su cuerpo y trabajo al perverso mánager de Trevi. Una de las primeras es María Raquenel Portillo, conocida como Mary Boquitas.

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En 1989, poco después del quinto aniversario del asesinato de Manuel Buendía, el presidente Carlos Salinas de Gortari en la ceremonia del día de la prensa promete que no habrá impunidad. Unos días más tarde, el fiscal especial del caso logra que varios de los involucrados en el homicidio incriminen como autor intelectual a José Antonio Zorrilla, extitular de la Dirección Federal de Seguridad. A pesar de que será condenado, Zorrilla nunca reconocerá ser quien decidió la muerte de quien fuera su amigo, ni delatará a nadie más. Los posibles móviles del crimen, investigados básicamente por periodistas, desvelarán una trama de tráfico de drogas de alcance internacional.

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El asesinato de Manuel Buendía conmocionó al medio periodístico: si se atrevieron a silenciar al columnista más leído nadie está a salvo. El reclamo de justicia caló hondo en la clase política. El gobierno prometió una investigación exhaustiva y castigo a los culpables pero las pesquisas solo produjeron frustración en la sociedad hasta que el nuevo presidente de México ratificó su apoyo al fiscal especial para el caso, que tenía en la mira a la Dirección Federal de Seguridad.

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Al momento de su asesinato, Manuel Buendía era el autor de Red Privada, la columna más leída en México a finales de los años setenta y principios de los ochenta. El periodista cargaba pistola, consciente de que sus textos tocaban oscuros intereses. Al atardecer del 30 de mayo de 1984, en plena avenida Insurgentes, fue ejecutado por la espalda de cuatro balazos. Tuvieron que pasar cinco años para que uno de los policías más temidos de aquella época fuera enjuiciado como autor intelectual de ese homicidio. A pesar de cumplir la condena, el acusado nunca aceptó la incriminación. Por lo que la duda sobre quién y por qué mató a Buendía subsiste hasta hoy.

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Pasan los meses y los años, y la disputa política entre la federación y la ciudad de México; así como la incapacidad de las procuradurías para investigar, hacen que el secuestro y asesinato de Fernando Martí siga impune. En ambas instancias, los acusados se dicen torturados o apresados siendo inocentes.

Los procesos se alargan, las pruebas nunca llegan y la impunidad, signo y sello de la justicia mexicana, se impone por mucho tiempo.

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"El secuestro de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí, hombre discreto pero de apellido conocido en todo México por la cadena de tiendas deportivas fundadas por su familia, reveló con toda crudeza

la inutilidad de las autoridades para investigar y hacer justicia. En el camino, terminará con las vidas de falsos acusados, y como siempre en México, la justicia, si algún día llega, tardará lustros y siempre dejará el amargo sabor de la incógnita.

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