Aunque el objeto del Escritor Sagrado, en este pasaje, es el de mostrarnos de qué manera Dios va realizando la promesa de la posesión de la tierra, la cual inicia con la adquisición de un sepulcro, quisiera que centráramos nuestra atención en el hecho de cómo Dios consuela a su pueblo, sobre todo, a aquellos que han perdido un ser querido. El relato nos dice que con la llegada de Rebeca, Dios consoló a Isaac de la muerte de su madre Sara.
Y es que Dios, como nos lo ha revelado Jesús, es, ante todo, un papá bondadoso que nunca desatiende las necesidades de sus hijos, y busca por todos los medios el hacerlos felices. La muerte es el hecho natural de la existencia humana por el cual el hombre entra en posesión total de la tierra prometida, pero es al mismo tiempo un acontecimiento que deja un profundo vacío en los que amaron a la persona. Por ello, Dios nos consuela cuando alguno de nuestros familiares se une a él mediante la muerte. Esta consolación, aunque es divina y se realiza en lo más profundo de nuestro corazón, requiere, como en el caso de Isaac, de la participación humana.
Es ahí donde nosotros, la comunidad cristiana, jugamos un papel muy importante. Nuestra presencia, nuestras atenciones, nuestro cariño son parte de la consolación que Dios da a las personas que sienten la ausencia del ser querido. Que nuestra participación en los funerales no sea un vacío: "lo siento mucho" o "recibe mis condolencias"; que ante todo sea una muestra de cariño y solidaridad, orando por ellos y acompañándolos con las mejores muestras de nuestro amor para ellos.
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