Dios es un Dios de orden, y cuando el desorden entra en nuestra vida, comenzamos a perder paz, fuerzas y dirección.
El desorden no solo está en lo externo, como la casa o la agenda, también puede estar en nuestro corazón. A veces priorizamos lo urgente en lugar de lo importante, y dejamos en segundo plano nuestra comunión con Dios. Y cuando el Señor no ocupa el primer lugar, todo lo demás pierde sentido.