En la Biblia, especialmente en los evangelios, vemos cómo Jesús manifiesta esta misericordia en cada paso de su vida. Él perdonó a la adúltera, sanó a los enfermos, restauró a los caídos. Incluso en la cruz, cuando sufrió en su cuerpo y en su alma el peso del pecado del mundo, su última palabra no fue de condena, sino de perdón: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Esta es la clave de la misericordia de Dios: un amor tan profundo que busca redimirnos, no destruirnos. Dios no quiere vernos perdidos en nuestra culpa, sino levantarnos y mostrarnos el camino hacia la reconciliación.