Mientras el grupo de guerrilleros que había entrado desde la selva lacandona iba adquiriendo fuerza en El Quiché y se constituía formalmente como Ejército Guerrillero de los Pobres, otros militantes revolucionarios, provenientes también del núcleo originario de las FAR, desarrollaban sus acciones y trataban de establecer focos independientes de lucha guerrillera.

Ocurrió el 19 de enero de 1972, de madrugada. Un grupo de quince guerrilleros, que la noche anterior había transportado “armamento, mochilas, alimentos, libros y otras vituallas en la tupida selva, del lado guatemalteco”, penetró desde la selva Lacandona, en México, y se internó en la región conocida como el Ixcán, en el extremo norte del departamento del Quiché.

Los indígenas guatemaltecos constituían una buena parte de la población nacional, pero distaban mucho, como dijimos, de conformar un todo homogéneo, social y culturalmente hablando. No mostraban para nada, además, una actitud que pudiese calificarse como de revolucionaria y, por el contrario, aparecían en la historia del país más bien como una fuerza conservadora que solo en algunas ocasiones –muy espaciadas entre sí– se alzaba en rebeliones más bien desesperadas.

Al comenzar los años setenta, después del ya patente fracaso de las guerrillas de nororiente, se abrían para la izquierda revolucionaria preguntas que provocaban una intensa reflexión. ¿Cuál era el carácter de esa revolución que todos deseaban llevar a cabo y que era sentida como un acto liberador, casi escatológico, que pondría fin al viejo orden para conducir Guatemala al socialismo? ¿Cuáles eran las fuerzas sociales que podrían impulsarla? ¿Cuál la estrategia, el plan o modelo general de lucha, que se debía seguir?

Parecía enteramente posible que, luego de las elecciones, Guatemala se encaminase hacia un sistema político más abierto y participativo, porque la prometida inscripción del FUR y del partido de Maldonado Aguirre podría revitalizar un sistema que ya corría el riesgo de ir anquilosándose y de perder credibilidad y respaldo popular. El hecho de que los tres candidatos fuesen militares no significaba otra cosa que el reconocimiento del importante papel que desempeñaba el ejército en la vida nacional, especialmente cuando emergían otra vez las guerrillas con inusitada fuerza en el occidente del país, pero no implicaba nada parecido a una dictadura militar, como muy posteriormente lo señalaran algunos analistas.

El diferendo sobre Belice con los británicos permaneció como una preocupación constante para los guatemaltecos, en vista de la total ausencia de resultados positivos. No se consumó la invasión para la que se habían hecho tantos preparativos, pero tampoco se logró nada por la vía diplomática. Muy por el contrario, a medida que pasaba el tiempo Guatemala empezó a distanciarse del gobierno que, hasta entonces, había sido uno de sus más resueltos apoyos, el de los Estados Unidos. La potencia del norte prefirió –como lo hizo algunos años después en el caso de la Argentina– apoyar a su tradicional aliado británico y no respaldar las reivindicaciones territoriales de Guatemala.

Eran las tres y dos minutos de la mañana de ese día cuando se desató el más intenso terremoto que conociera el país en la segunda mitad del siglo XX. “El ruido fue lo primero, luego la cama empezó a agitarse con una violencia como nunca había sentido. Los temblores eran cosa común, pero a pesar de ello a mí siempre me habían dado miedo. Pero aquel temblor era el más fuerte que yo había sentido. Era más violento y estaba acompañado por un ruido sordo, bajo, como algo oscuro. Los muros y el techo de la casa se tronaban y aullaban, todo se agitaba”, nos relata alguien que vivió esos tremendos momentos en la capital cuando era un adolescente de apenas quince años.

"Cabracán es un personaje mitológico del Popol Wuj, un ser invisible al que le basta golpear la tierra con los pies para que las montañas tiemblen y se abran. En una zona sísmica como la de Guatemala, esa bestia encerrada y monstruosa no puede ser otra que el terremoto, fenómeno que en lengua k’iche’ lleva justamente ese nombre, cabracán".

Francisco Pérez de Antón

La campaña electoral se desarrolló en un clima de bastante apertura para todas las fuerzas que concurrían a los comicios. Un repaso rápido de la prensa del período muestra que esta publicaba con libertad, sin censura alguna, noticias favorables y contrarias al gobierno. Hubo también manifestaciones y actos de todos los partidos a lo largo y ancho del país, sin que hubiese que lamentar incidentes de importancia.

Ya desde fines de 1972 comenzaron, de un modo u otro, los preparativos que realizaban las diversas organizaciones políticas con miras a su participación en las elecciones de marzo de 1974. Se lanzaron precandidaturas que, al estilo de globos de ensayo, fueron sondeando el estado de la opinión política del país y promoviendo los alineamientos de la futura contienda electoral, en tanto que otras fuerzas iniciaron la lenta tarea organizativa que se necesitaba para constituirse como partidos políticos.