El Partido Revolucionario había llegado a la campaña electoral con bastante optimismo. Es cierto que, por un lado, el gobierno no había realizado los cambios sociales que algunos esperaban, al estilo de los dos primeros gobiernos de la revolución, pero en cambio sí podía decirse que el país marchaba bien en lo económico, avanzando en la construcción de su infraestructura y en el lento mejoramiento de las condiciones de vida de su población. La ciudad capital, sobre todo, se modernizaba de modo acelerado, aumentaba su actividad económica y cultural e iba acercándose con rapidez a la cifra del millón de habitantes.