“Ganar pronto y mal”, parafraseando a Larra, tal parece la aspiración de todo el mundo. Y perdonad los que no pensáis así. “Ganar pronto y mal”, por supuesto; aunque se oculte lo de “mal” y se aplauda con más vigor a la flor temprana… solo por el hecho de serlo.
Nos gusta lo rápido (disculpad los que no opináis del mismo modo); nos chifla lo contundente, lo indudable, la pose del que vence sin sudor, el triunfador exento de esfuerzo. Nos arrebata el éxito impoluto, inmaculado, el resplandor de los resucitados… no la espera, no los golpes o la sangre de la cruz.
Ganar sin despeinarse, sin ningún género de dudas, dejando muy clara nuestra superioridad y ocultando al enemigo todo viso de flaqueza. Este, y excúsenme si disienten, es el credo de nuestra sociedad: la victoria clara, el relámpago, “el César o nada”. Nos deslumbra tanto que pasamos por alto la manera en que se logran las victorias.